Algún poeta maldito dijo que el pueblo se alimenta de metáforas. Al pueblo, a nosotros, nuestros padres y nuestros amigos, nos gusta disfrutar de la posible mentira, porque en ella encontramos un motivo más que suficiente para encender el interruptor que acciona el mecanismo de nuestras ilusiones. Si no nos venden nada, aunque sea un puñado de humo, no nos sentimos satisfechos, pues cada día que pasa, estamos más sedientos de noticias.
Para la prensa deportiva, más allá de la verificación, vender un fichaje significa vender papel. Suena duro, pero también explicativo, porque en cada realidad mostrada en el sentido inverso a nuestras esperanzas, encontramos la coartada infame a la falta de escrúpulos. Generalmente, no tardamos en señalarles con el dedo como únicos culpables de nuestro desasosiego y sin necesidad de afinar el oído esbozan su sonrisa porque ellos viven de nuestra insatisfacción. Para generar inquietud solamente hace falta lanzar un nombre; y sin alcanzar la rúbrica que vista de gozo nuestros sueños, ellos ya se han llenado el bolsillo, porque seguimos siendo tan estúpidos que no terminamos de comprender que nosotros mismos les convertimos en el único sector capaz de vivir a dos bandas, entre la verdad y la mentira.
En una reflexión más fría, deberíamos lanzarnos a localizar primero al padre de cada rumor antes de decidirnos a levantar el dedo. Porque si bien es cierto que en cada mentira encontramos un motivo de recelo, no estaría de más mirar, alguna vez que otra, más arriba de nuestras creencias. Con los mismos bulos de portada que hoy denunciamos indignados, resolvieron dos comicios presidenciales Joan Laporta y Ramón Calderón. El primero agarrado al hombro del metrosexual Beckham, el segundo, prometiendo el fútbol infinito de Kaká. Quizá ningún votante terminó de creer la promesa preferencial de cada campaña, pero seguro que todos quisieron creerla porque en el fondo, cuando se dibuja un futuro lleno de fortuna, nos encanta que nos mientan.
Para la prensa deportiva, más allá de la verificación, vender un fichaje significa vender papel. Suena duro, pero también explicativo, porque en cada realidad mostrada en el sentido inverso a nuestras esperanzas, encontramos la coartada infame a la falta de escrúpulos. Generalmente, no tardamos en señalarles con el dedo como únicos culpables de nuestro desasosiego y sin necesidad de afinar el oído esbozan su sonrisa porque ellos viven de nuestra insatisfacción. Para generar inquietud solamente hace falta lanzar un nombre; y sin alcanzar la rúbrica que vista de gozo nuestros sueños, ellos ya se han llenado el bolsillo, porque seguimos siendo tan estúpidos que no terminamos de comprender que nosotros mismos les convertimos en el único sector capaz de vivir a dos bandas, entre la verdad y la mentira.
En una reflexión más fría, deberíamos lanzarnos a localizar primero al padre de cada rumor antes de decidirnos a levantar el dedo. Porque si bien es cierto que en cada mentira encontramos un motivo de recelo, no estaría de más mirar, alguna vez que otra, más arriba de nuestras creencias. Con los mismos bulos de portada que hoy denunciamos indignados, resolvieron dos comicios presidenciales Joan Laporta y Ramón Calderón. El primero agarrado al hombro del metrosexual Beckham, el segundo, prometiendo el fútbol infinito de Kaká. Quizá ningún votante terminó de creer la promesa preferencial de cada campaña, pero seguro que todos quisieron creerla porque en el fondo, cuando se dibuja un futuro lleno de fortuna, nos encanta que nos mientan.
Si se miente por deseo o se miente por necesidad, deberíamos ser nosotros los que analizásemos el camino que cada rumor ha ido tomando a lo largo de los últimos años. Al Madrid y al Barça, le han colocado tantos buenos jugadores como para iniciar mil campañas de reactivación de la confianza. Si se toma el rumor como una estrategia, podemos encontrar mil motivos para incidir en las realidades consumadas, al tiempo que encontramos algún que otro motivo para desestabilizar al rival. Se trata de calar en el aficionado, se trata de apuntar las decisiones a tomar y se trata, al fin y al cabo, de construir entre todos el imposible que todos dibujamos en el papel de nuestros perfiles. Nada ayuda más a la consecución de una esperanza que un pueblo que reclama sus deseos en voz alta.
Como hemos llegado a esa época en la que cada portada vale tantos millones como la credibilidad que ponen en juego, sirvan estos párrafos para asegurarnos un verano en calma tensa porque de todo lo que leais solamente será creíble lo que veais. Mientras tanto, seguiremos atentos a cada globo sonda porque en el fondo, nuestra ilusión sigue bebiendo de la fuente del rumor. Cuanto más enfadados nos sintamos, más seguirán ellos llenando su plato de satisfacción. Y es que sabemos que no existe peor sensación que la de sentirse engañado, pero mientras tanto y despues de todo... ¡Qué bonito es soñar! ¿O no?