miércoles, 3 de junio de 2009

Ciao Capitano

3 (Por Christian Castellanos)
Se va Maldini, el “3” eterno que ha marcado la vida futbolística de toda una generación. Una noticia que no por ser esperada, es menos impactante. Pero aunque duela, aunque el fútbol a partir del próximo otoño sea distinto sin él, es conveniente quedarse con lo mejor que nos ha dado y después dejar hacer al destino. Y lo mejor de Maldini son partidos inolvidables, monumentos defensivos y títulos, muchos títulos. Los ha ganado en verano, primavera, otoño e invierno y en tres décadas distintas: en los ochenta como el reservado hijo de Cesare, en los noventa convirtiéndose en el jugador ideal, todo clase y elegancia. Y ahora, en el tercer milenio, precisamente el número “3” se ha convertido en la imagen del capitano y del milanismo. Un “3” que ahora viste un jugador demasiado castigado por las lesiones, pero que siempre da el máximo cuando se necesita de él. Un “3” que nadie volverá a vestir nunca estampado en franjas rossonere.

Paolo Maldini debutó en Serie A cuando no había cumplido aún los diecisiete años. Fue en 1985, cuando aún no existía el teléfono móvil, Internet era un lujo para unos cuantos y Europa todavía estaba dividida en dos vergonzosas partes. Hace más de veinticuatro años de aquello (debutó en Udine un veinte de enero de 1985 de la mano de Nils Liedholm), toda una vida que Maldini ha vivido con la camiseta rossonera. Con esos dos colores bordados en el corazón, Paolo ha ganado absolutamente todos los trofeos que se pueden ganar, a los que ha contribuido, además de siendo uno de los mejores defensores de la historia, con cuarenta goles. Ahora que se va, dice que no se arrepiente ni se lamenta de nada, y por su vida en el Milan está fuera de toda duda. Pero le quedará un ligero sabor amargo, una doble espina clavada en el corazón: el Mundial perdido en los penaltis y el Balón de Oro que pudo ganar un par de veces y jamás consiguió. En 1994 fue tercero tras Stoichkov y Baggio.

Pero a parte de mito mundial, Maldini también es hombre de records, pequeños y grandes: marcó el gol más rápido en una final de Champions (a los cincuenta y dos segundos en la final que posteriormente perderían contra el Liverpool en 2006), único jugador capaz de ganar una Champions dieciocho años después de otra, máximo número de participaciones con la selección italiana, con la que jugó todos los partidos de las fases finales a los que llegó (veintitrés en total), todos de titular y nunca siendo sustituido; lo que le convirtió en el jugador que más minutos ha jugado en la historia de los mundiales, con dos mil doscientos diecisiete. Con los veintiséis títulos que ha ganado, decir que es uno de los mejores jugadores de siempre es quedarse corto y pensar en un Milan sin él en el momento de ganar esos títulos es un ejercicio de una dificultad considerable. En una ocasión, en la versión italiana del conocido ‘¿Quién quiere ser millonario?’ a uno de los participantes le formularon la siguiente pregunta: “¿Quién era el capitán del Milan cuando ganó la Supercopa de Europa contra el Sevilla en 2007?” La respuesta parecía clara: “Maldini” respondió repleto de confianza. Pero no, fue Massimo Ambrosini. Pocos lo recordarán. Porque el símbolo histórico del Milan, el relevo del gran Gianni Rivera hace años que lo tomó Paolo Maldini y es difícil que no ocupe el primer lugar en las cabezas del milanismo. En 2007, tras coronarse con el Milan campeón del mundo de clubes, el genial director de La Gazzetta, Candido Cannavò, después de decir que “el próximo objetivo de Maldini será la ‘Copa de las Galaxias’ contra Marte capitaneado por el increíble Hulk”, escribió un anagrama curioso: cambiando de posición una ‘d’ y una ‘i’ de Maldini, se obtiene “di Milan”. El destino lo quiso grande. Y ahora el fútbol llora lágrimas de orgullo.

3 (Por Pablo Malagón)
Tres son los colores primarios y los ideales de la Revolución Francesa, “Liberté, Igualité, Fraternité”. En la cultura medieval cristiana, el tres era el número que encarnaba la perfección, no obstante, su principal icono de reverencia, había sido el tercer crucificado en el Gólgota y había regresado al mundo de los vivos al tercer día de su muerte. Tres fueron los Reyes Magos, tres las carabelas de Colón y tres los pasajeros del Apollo XI que logró, con su alunizaje, la primera victoria espacial entre potencias. Famosas son las trilogías y muy tenidos en cuenta son los trienios para los agricultores. En numerología, el tres significa expansión, sagacidad, simpatía, agilidad y valor. Y en fútbol, el número tres irá ligado para siempre a la figura imponente del gran Paolo Maldini.

Maldini también tuvo tres colores; el rojo y el negro de su Milan y el azul de su Italia natal. Como los idealistas que cambiaron el mundo, también conjugó libertad, igualdad y fraternidad a la hora de sofocar los problemas de un compañero. No se le conocen resurrecciones porque jamás desfalleció en el campo y, como el conquistador de títulos que siempre fue, formó trilogía inolvidable junto a Baresi y Costacurta en sus primeros años de cabalgata por el carril izquierdo. Fue insuperable, sagaz, simpático, ágil y valiente; fue un icono, un fijo en alineaciones de carrerilla y un capitán inolvidable. Maldini ha sido el único lateral izquierdo que llevo recordando desde que cumplí los diez años. Ahora tengo treinta y tres y el tipo, con la misma planta, el mismo porte de atleta inquebrantable y la misma mirada competitiva de hace veinte años, dice que se va porque se siente demasiado mayor para jugar al fútbol y no sabe que nuestra ilusión sigue siendo lo suficientemente joven como para seguir viéndole luchar frente a frente contra los delanteros más osados.

Si la perfección implica éxito, motivación y reconocimiento, podríamos encontrar en Maldini un conjunto de cualidades que le acercarían bastante al concepto de defensor perfecto. En sus duelos más memorables salió airoso porque sabía conjugar, con exquisita profesionalidad, la disciplina y la inteligencia. Como físicamente era un portento, tiraba de manual en cada duelo defensivo; si el contrario era rápido, cruzaba para desestabilizar, si el contrario era habilidoso, anticipaba para no verse sometido a una vergüenza pública, si el contrario era técnico, le ofrecía salida hacia su pierna mala para asfixiar sus intenciones de centro al área. De esta manera, pasaron los años y frente a él sufrieron tipos como Michel, Lentini, Kanchelskis, Figo o Ronaldo. Tipos de tres generaciones distintas que supuraron sus temores con el recuerdo y la admiración. Mientras estaban en el campo, buscaban un resquicio con el que ridiculizar antes de verse ridiculizados, y cuando los años cicatrizaban las heridas, salían a las ruedas de prensa para vanagloriar la figura del mejor lateral izquierdo al que se habían enfrentado jamás.

Se va Maldini y se nos va un pedazo importante de nuestra memoria. Desde aquel Milan de Liedholm hasta este de Ancelotti han pasado veinticuatro años y veintiséis títulos. En todos ha estado el número tres, ese que encarna la perfección, la simetría y el ejemplo a seguir para generaciones futuras. Se va un símbolo y queda atrás un número que jamás volverá a infiltrarse entre las franjas rojas y negras del Milan. Su equipo, su estadio y su afición, seguirán sorbiendo fútbol, pero para los románticos, no será lo mismo sin él porque sin él el Milan no hubiese sido lo mismo.