jueves, 28 de julio de 2011

La diferencia entre un señor y un niñato

Son recurrentes las ocasiones en las que acudimos a la memoria para encontrar una palabra que cumpla con el protocolo. Existen momentos puntuales en los que la gente espera de nosotros un ápice de educación, un respeto, un comportamiento adecuado. Incluso, cuando damos rienda suelta al altruísmo, hay veces en las que, pese a hacer sin pedir nada a cambio, nos llena de satisfacción ese par de sílabas sinceras componiendo la palabra "gracias".

A un señor con impostas de caballero se le presupone elocuencia en la palabra, agradecimiento en el verbo y educación en los modales. Se puede ser señor en muchos aspectos y a cualquier edad, basta con mirar, aprender y agradar. A los que nos enseñan un ápice de educación, sabemos que los encuentros conllevan un saludo y los desencuentros conllevan una despedida. Hay que saber agradecer lo que te han dado y saber marcharse siempre por la puerta de delante, porque si el destino te ofrece un regreso, es mejor saber que te recibirán con los brazos abiertos a temer el filo de las uñas.

Un niño maleducado, sin embargo, siempre tiene tareas pendientes de afrontar. No sabrá reconocer una deuda porque siempre atepondrá su ombligo a la realidad, no sabrá felicitar un acontecimiento porque se creerá siempre el centro de atención y no sabrá agradecer el cariño porque para él será más importante el fin que los medios. Cualquier crío pequeño, en plena distracción de pataleta, está a tiempo de aprender a respetar un sentimiento y a agradecer un cariño porque cuenta con la ventaja de una edad temprana y una socialización pendiente de instruir. El problema surge cuando el crío ya no es tan pequeño y cuando los delirios contemplan más grandeza de la que se puede asumir. Un chico de veintitrés años que no sabe respetar, ni dar las gracias, ni despedirse con elegancia, nunca será un señor sino un auténtico niñato.

Es verdad que Agüero se la ha puesto botando y en bandeja de plata a los dirigentes del Atleti. Su comportamiento ha fabricado la cortina de humo perfecta para que las iras pasen de largo por la puerta cero del Calderón y busquen un rincón celeste en las calles de Manchester. Nadie va a reprochar a Agüero su deseo de volar libre, todos vamos a entender que quiera salir por patas de este mercado de malos futbolistas en el que se ha convertido en el Atlético de Madrid. Pero, aún teniendo motivos para increpar a los dueños del club por su nefasta gestión, no es menos cierto que Agüero se ha comportado como un niñato. Nos ha desairado, nos ha vejado y se ha marchado por la puerta trasera sin decir adiós ni dar las gracias. Estamos de acuerdo en que él merece más, pero nosotros también.

martes, 26 de julio de 2011

Fútbol de verano

A menudo gustamos de cerrar los ojos y pensar con mucha grandeza. Son más las ocasiones en las que nos atrevemos a soñar con un cántico asombroso, un aplauso imperecedero y una sonrisa bobalicona. Para los sueños futbolísticos, nada más adecuado que el verano; para aprovechar los días de sol y playa, nada mejor que una fábula balompédica.

En verano el fútbol es ilusión, esperanza y expectativa. En verano, el fútbol es torneo de manga corta, chanclas impregnadas de arena y cerveza fría junto al televisor de un chiringuito. En verano el fútbol sigue siendo Teresa Herrera y Ramón de Carranza, pero también son giras asíáticas, partidos de soccer y nuevos descubrimientos. Nada mejor para refrescarnos la mente que esos torneos de selecciones juveniles en los que vemos aparecer a aquellos chicos que un día serán los hombres de rojo de nuestras más intensas pasiones.

Las dos selecciones inferiores que durante estos meses de asueto disputarán la hegemonía europea y mundial en categoría juvenil estarán comandadas por dos chicos de ojos vivaces, mirada intensa, aroma de Masía y un nombre común: Sergi.

Sergi Gómez es general en campo de minas, un tipo que no rehuye la pelea, que busca el cruce con precisión, que gana el balón por alto y que, por bajo, sabe solventar todas las trampas porque juega como un lince en un bosque de piernas; es listo, audaz y está capacitado para las misiones difíciles. Como además ha aprendido las lecciones de la escuela azulgrana, se convierte en un centrocampista más cada vez que asoma con el balón en los pies. No sólamente sabe cruzar, quitar y ganar, también sabe buscar la salida, alimentar al equipo y distribuir la mercancía con precisión.

Sergi Roberto es un tipo de otra escuela; más fino, más talentoso en campo rival, más pasador y más inaccesible cuando escapa del área y busca la sorpresa. Menudo, estilista y de apariencia frágil, ha aprendido a sobrevivir en la jungla gracias al talento y la perspicacia. Busca al compañero e incia el desmarque, busca al rival e inicia el quiebro, busca el espacio e inicia la jugada de gol. Mitad delantero, mitad centrocampista, busca encontrar su sitio en un futuro difìcil. Para un puesto la dirección se encontrará con Xavi, Iniesta, Thiago y tal vez Cesc. Para un puesto en la definición encontrará algún escollo como Messi, Pedro o Alexis. Difícil panorama. Mucho fútbol. Todo un reto.

jueves, 21 de julio de 2011

El clásico de Montevideo

A medidados del siglo XIX, luego de la Guerra Grande que dividió a Uruguay, el estado, arrasado, se convirtió en un foco perfecto en el que invertir, dada su desestructuración, su necesidad de cambio y su obligación por regenerarse. De esta manera, decenas de compañías británicas plantaron su base en Montevideo y comenzaron a invertir en nuevos medios de transporte como el ferrocarril y el tranvía. De esta manera, y tras una fuerte inversión por parte del gobierno uruguayo, se fundó la Central Uruguay Railway, encargada de conectar todo el país por medio de las vías férreas.

La gran cantidad de trabajadores y empresarios británicos que se estableció en la capital uruguaya, generó una clase elitista que fundó colegios. De esta manera, en 1874, se fundó el primer colegio británico de Montevideo lo que vino a suponer la creación de los primeros clubes deportivos escolares; clubes que venían a practicar deportes muy comunes en Gran Bretaña, como el cricket, el remo o el fútbol, pero que aún no habían calado en la sociedad sudamericana.

Tras el auge de los clubes de fútbol formados por ciudadanos extranjeros, un grupo de universitarios montevideanos formó un club de fútbol el que solamente tenían cabida ciudadanos uruguayos y tomó los colores de la bandera impuesta por el libertador José Artigas, el azul, el rojo y el blanco, como los que formarían su equipación. Fue el nacimiento del Club Nacional de Montevideo. Un club de más de ciento veinte años de historia que tuvo en 1971 su verdadero año de las luces; fue cuando vencieron hasta en siete ocasiones consecutivas a su eterno rival y levantaron, por primera vez, la Copa Libertadores de campeones de América.

Pero hubieron de ocurrir muchas cosas antes de aquel comienzo de la década de los setenta. Casi un siglo atrás, cuando el fútbol había contagiado el alma de cada ciudadano uruguayo, y había escapado de la exclusividad británica, se disputaron los primeros partidos a vida o muerte. Eran tiempos en los que la población extranjera suponía un treinta por ciento de la totalidad de ciudadanos de Montevideo. Los hinchas de Nacional, con el orgullo patrio como bandera, buscaban un rival a su altura con el que poder cubrir su precipitada gloria.

En 1861 se había fundado el Montevideo Cricket Club y en 1874 el Montevideo Rowning Club, dos instituciones dedicadas al cricket y al remo respectivamente pero que también tuvieron equipo de fútbol. No duraron mucho en la práctica del balompié puesto que lo suyo eran otros menesteres, por lo que Nacional hubo de seguri esperando un gran rival, rival que nació el veintiocho de septiembre de 1891 cuando la compañía ferroviaria adquirió unos terrenos en el alejado barrio de Peñarol y formó un equipo de fútbol para disputar partidos en ellos. Se llamaron Central Uruguay Railway Cricket Club y eran conocidos como CURCC. Vestían los colores identificativos de los empleados del ferrocarril, amarillo y negro y con el tiempo mudaron su nombre al del barrio que les dio acogida. Fue el nacimiento de Peñarol, un club más que centenario que tuvo su año de regodeo en 1986 cuando acordó disputar con su gran rival la bautizada como "Copa de oro de los grandes" al mejor de ocho partidos y consiguió la retirada de su adversario después de ganar los cinco primeros.

Desde entonces, Nacional, que disputa su partidos como local en el Parque Central, y Peñarol, que utiliza el simbólico Centenario como hogar de acogida, han dirimido quinientos duelos en la que ha sido considerada como la rivalidad más antigua fuera de las islas británicas. Más allá de sudamérica también disputaron un encuentro; fue la primera y única vez en la que lo hicieron y fue en el trofeo Teresa Herrera del año 2005. Nacional venció por tres goles a uno y apuntó una muesca más en su particular guerra de pequeñas batallas disputadas.

Con el siglo XX llegaron a Uruguay el tranvía, la electrificación, la industria y la masificación. Llegó el fútbol y llegó el primer clásico; fue el quince de julio del año 1900 y el CURCC venció a Nacional por dos goles a cero. Fue el comienzo de un clásico inolvidable que ha tenido protagonistas tan excelsos como Rocha, Spencer, Morena, Míguez, Gestido, Máspoli, Ghiggia, Schiaffino o Varela por el lado aurinegro, o Mazali, Castro, Cea, Scarone, Andrade, Gambetta, Espárrago, Cubilla, Cabrera u Ostolaza por el bando tricolor. Un mar de goles, un mar de anécdotas y un mar de gritos contra el viento junto al Río de la Plata.

El nueve de octubre de 1949, Nacional rendía visita a un Peñarol que iba puntero y que tenía en su equipo la base de la selección uruguaya que conquistaría Maracaná un año más tarde. Tras los goles de Ghiggia y Vidal y un sinfín de protestas, el árbitro del encuentro decidió expulsar a Tejera y Walter Gómez. Nacional, que habría de disputar el segundo tiempo con nueve jugadores, optó por quedarse en la caseta para mayor regodeo de la hinchada local quien tachó al gran rival como una panda de cagones. Aquel partido pasó a la historia como "el clásico de la fuga".

El catorce de diciembre de 1941 se había jugado un clásico de completo dominio tricolor. Nacional goleó, con despecho, por seis goles a cero, consiguiendo así la victoria más abultada de la historia de los clásicos. Como quiera que el equipo reserva también ganó aquel día al reserva de Peñarol por cuatro a cero, las calles, jubilosas por Nacional, pregonaron su burla y bautizaron la fecha, con sorna, como "el día del diez a cero".

Años antes, el veinticinco de mayo de 1934, Nacional y Peñarol se disputaban la copa uruguaya en su partido final y el encuentro terminó con empate a cero goles después de una trifulca monumental. Resultó que, durante el encuentro, una ocasión de Peñarol terminó en un disparo raso junto al palo que fue a dar contra una de las valijas del masajista allí situadas, y como el balón rebotó hacia adentro, otro delantero aurinegro aprovechó la coyuntura para anotar un gol que terminó celebrando. Se montó la de San Quintín, el gol fue anulado y tres jugadores de Nacional fueron expulsados antes de que el partido se declarase como suspendido. En la reaunudación, el tricolor aguantó el empate con ocho jugadores y forzó un desempate que terminó ganando por tres goles a dos. Aquella hazaña fue bautizada por los hinchas de Nacional como "el clásico de la valija".

Pedro Cea y Álvaro Gestido habían sido dos amigos inseparables fuera del terreno de juego y dos enemigos irreconciliables cuando se habían vestido de corto para enfrentarse entre sí. Cea, hincha encendido de Nacional, juró por lo más sagrado no volver a pisar jamás la sede de Peñarol una vez se hubo retirado de la práctica balompédica. Pero no pudo cumplir su promesa. Una fría mañana de 1957 alguien le dijo que Gestido había fallecido y que su cadáver descansaba en las instalaciones del eterno rival. Desdijo sus palabras, se arropó a la conciencia y se tragó el orgullo para cruzar el umbral de la calle Garay y llorar la muerte de su amigo. "Pérdidas así", dijo tras sus pasos, "es imposible empatarlas".

En 1914, Carlos Scarone, quien había sido jugador de Peñarol y regresaba de su periplo en Argentina, comentó con su padre, fervoroso hincha aurinegro, su intención de fichar por Nacional. Ante el disgusto de su progenitor, Carlos, sentenció una pregunta que se convirtió en leyenda: "¿A qué voy a quedarme en Peñarol, a mangiar merda?". Desde entonces, aquel "mangia merda" que corrió entre las gradas se apocopó en una palabra, "manya", que es, desde entonces el nombre de pila de cada hincha de Peñarol.

Años antes, en 1902, Nacional había cambiado su uniforme. Las nuevas camisetas prescindieron del color rojo porque desteñía las coladas y se cambió al blanco. Las zamarras blancas adquiridas venían adornadas con un bolsillo en el pecho, justo en el lugar del escudo. Aquel detalle provocó más mofas que admiraciones y se comenzó a conocer a Nacional como el equipo del bolsillo. El mote evolucionó y, desde poco tiempo después, Nacional es conocido como "El bolso" y como "los bolsos" son conocidos sus seguidores.

Desde el comienzo de la hostilidad deportiva, la grandeza ha sido fiel compañera de ambas entidades. Así, Peñarol puede presumir de haber salido hasta en seis ocasiones como campeón de América y en tres como campeón del mundo, por las tres Libertadores y tres Intercontinentales de Nacional. Y en el lado doméstico, los aurinegros han sido cuarenta y seis veces campeones de Uruguay por los cuarenta y tres campeonatos domésticos ganados por el tricolor.

En total han sido quinientos cinco duelos, con ciento ochenta y una victorias de Peñarol, ciento sesenta y tres de Nacional y ciento sesenta y un empates. Además del primer duelo directo, los aurinegros contaron, también, en su haber, el primer partido de la era profesional; fue en 1932 y Peñarol ganó por dos goles a cero. Un capítulo más de una enemistad centenaria que rememora tiempos mejores, tiempos en los que no solamente se disputaban la supremacía local, si no la mundial. En su pequeño paso hacia el regreso, Peñarol volvió a disputar la final de la Copa Libertadores en su última edición después de veinticuatro años. Le toca a Nacional dar el golpe en la mesa. Les toca a ambos seguir jugando.

lunes, 11 de julio de 2011

Se viene el loco

Las noticias hay que recibirlas tal y como se merecen. Las malas, por funestas, necesitan tiempo y silencio; las regulares, por alarmantes, necesitan advertencia y reflexion; y las buenas, por agradables, necesitan sonrisas y esperanza. La llegada de Marcelo Bielsa a la liga, por ser una buena noticia, precisa su necesaria dosis de sonrisa que nos haga reflejar satisfacción y su necesaria dosis de esperanza por lo que San Mamés puede llegar a ver.

Lo que puede ver San Mamés poco se parece a lo tradicional y mucho a lo innovador. Para un equipo que lleva décadas colgado del recuerdo, un golpe de timón, navegando hacia el camino contrario a la deriva, puede suponer una revolución que ponga patas arriba los viejos graderíos de Bilbao. Pero toda revolución requiere su tiempo y todo su tiempo requiere su dosis de paciencia. No parece que el aficionado del Athletic no esté dispuesto a regalarle una buena parcela de tiempo al proyecto; máxime cuando se unen una tradición centenaria, una ilusión indestructible y un nuevo concepto. Habrá incertidumbre, pasión y sueños.

Bielsa puede aportar a la liga una tercera vía; no se trata de la paciencia infinita del Barça, ni se trata del orden militar del Madrid, se trata de agresividad, profundidad, pasión y desmarque. Este tipo vive obsesionado con la perfección y en las heridas lamidas tras las derrotas dejó su mejor frase: "soy un coleccionista de fracasos". No le valdrán medias tintas, no le valdrá con jugar un partida; el Athletic saldrá a asfixiar o no saldrá a nada. Cada derrota será otro pequeño fracaso de Bielsa, pero seguro que cada victoria es una nueva película de acción; un film trepidante, de esos que merece la pena ver en pantalla grande. Se viene el loco. Arriba el telón.

viernes, 8 de julio de 2011

El colectivo

La utilización del dedo como modo de acusación es un mal común en esta raza de oportunistas en la que hemos derivado los aficionados al fútbol. A menudo, nos basta ver un balón más largo de lo normal, un mal control o un disparo al segundo anfiteatro para revolver nuestro instinto, fijar un objetivo común y jugar a la diana cargando todas las culpas sobre su espalda.

Si bien es cierto que Messi debe afrontar todas las responsabilidades que derivan de su posición privilegiada en el trono del fútbol mundial, no es menos cierto que su provisional fracaso no le corresponde a él en exclusiva si no al poco entendimiento que el seleccionador tiene de sus características. Cuánto peor lo hace Messi en la Copa América, nos vamos dando cuenta de la gran labor que Guardiola ha realizado con su plantilla. Antes de su llegada, Messi, Xavi e Iniesta ya eran muy buenos, pero con Pep ahora son los mejores.

Messi, que gusta de jugar con los espacios y buscar acomodo entre líneas, no encuentra en Argentina una zona de flotación donde descargar paredes, buscar el área y culminar la jugada, bien con un remate o bien con un último pase. Batista ha entendido tan mal la teoría del falso nueve que busca jugar con Messi en un islote y con todos sus compañeros remando tras él. De esta forma, cada balón es un milagro, cada arrancada es una apuesta consigo mismo y cada jugada es el acto suicida de un hombre solo ante el peligro.

En el esquema del falso nueve del Barça, Messi juega con la sorpresa; siempre encuentra, al menos, dos jugadores por delante a quien filtrar un balón, y cuando se incorpora al centro del campo, desahoga el juego porque tiene alma de centrocampista. Además, arrancando desde atrás, cuenta con el factor sorpresa, algo que le convierte en prácticamente indetectable para cualquier defensa. Messi es imparable cuando se aprovecha del colectivo; Cincuenta y seis goles y una veintena de asistencias en la temporada le avalan

Dicen que Argentina no es el Barça, y eso es cierto, ningún otro equipo del mundo lo es. Pero un entrenador no debe entrar en comparaciones para justificar un fracaso, sino que debe aprovechar todos sus recursos para encontrar el éxito. Echar a Messi a los leones delante de todo el país no es la solución; retrasar su posición, protegerlo y colocarle un socio sí lo es. No se trata de aglutinar toda la responsabilidad del juego en un solo futbolista; se trata de aprovechar el colectivo. Argentina está a tiempo, aunque parezca que Batista no quiera aprovechar la oportunidad.

martes, 5 de julio de 2011

El príncipe

Era un jugador muy elegante, de los que flotaban por el césped, de los que saben mirar al frente sin que la torpeza haga mella en su conducción, de los que bajaban, con magia, la pelota de las nubes, de los que, en un pestañeo, eran capaces de ver un hueco, de los que inventaban goles de patio de colegio, remates de ensueño y centros de gol que le invitaban a levantar los brazos, satisfecho, siempre el trabajo bien hecho, siempre la firma personal en cada toque de seda.

Fue niño de Montevideo y jovenzuelo picarón en River Plate. Allí donde ahora lloran su fatalismo, ayer aclamaron al cielo gritando un rítmico "uruguayo" que se clavó en el corazón de El Príncipe del área. Clavaba las faltas, filtraba desmarques, desnudaba defensas y ponía en pie a la platea del Monumental. Durante un instante eran capaces de imaginar y al segundo siguiente todos los sueños se habían hecho realidad gracias a la clase de futbolista favorito.

Emigró a Francia para impulsar el fútbol parisino, allí, con chaqué de terciopelo y fútbol de gala, imaginó escenarios de fama y fortuna; no le fue demasiado bien en Europa pero dejó, para el recuerdo, detalles de difícil olvido y dejó, pragmado en el recuerdo, la admiración infinita de un niño de Marsella al que llamaban Zizou. Allí, junto al Vieux-Port, participó en el nacimiento de un equipo imparable que aprendió a jugar primero buscando el ingenio del uruguayo y que, más tarde, aprendió a ganar recordando para siempre a aquel tipo que flotaba sobre el área y dibujaba goles por encima del portero.

Italia pudo con él y hubo de volver a Buenos Aires. Allí, tratando de olvidar calvarios, defensas duras y esquemas férreos, levantó una mano y observó la respuesta en forma de ovación. De nuevo, el "uruguayo" volvió a reflotar las gradas, el balón volvió a ser su mejor amigo y los títulos fueron cayendo como fruta madura. Cuatro veces salió campeón de Argentina, una vez de Sudamérica y hasta en tres ocasiones le reconocieron como mejor jugador del continente.

Pero el príncipe de Montevideo, a pesar de ser dios al otro lado del río de la Plata, también supo ser profeta en su tierra. Cinco veces disputó la Copa América y cuatro veces alcanzó la final; en tres de ellas salió campeón y en todas dejó el aroma de un detalle imborrable; el gol a Brasil, la pared con Rubén Sosa en el gol de Alzamendi, el penalti de la tanda decisiva...

Fue un tipo especial, necesitó ser querido y por ello hizo de River su casa, necesitó ser admirado y por ello dio el alma con la celeste uruguaya, necesitó ser recordado y por ello inventó goles maravillosos, centros irrechazables, amagues inolvidables. No fue demasiado rápido, no fue demasiado fuerte, no fue demasiado extravagante, pero Enzo Francescoli fue un maestro de la zona de tres cuartos, un llegador descomunal, algo parecido a un genio.