jueves, 12 de julio de 2012

El hombre langosta

Barcelona, 1922. Barcelona, 1957. Dos momentos, dos inauguraciones, dos estadios y un mismo tipo en el centro de las avenencias; José Samitier, que jugó en el primer equipo entre 1919 y 1933 y cuya celebridad obligó al club a cambiar su campo de juego. El mismo tipo que, años después, convenció a Ladislao Kubala de su lugar estaba en Barcelona, el mismo Kubala que obligó, una vez más, al club, a cambiar su campo de juego. El campo de la calle de la Industria, el estadio de Les Corts y el Camp Nou, y por encima de ellos, sobrevolando el mito de Samitier, el hombre que lideró al Barça en la consecución de la primera liga de su historia y el hombre que, años después, consiguió la segunda liga del club vestido de traje y sentado en el banquillo.

El mito de Samitier sobrevivió a la adversidad. A día de hoy, resulta prácticamente impensable imaginar que el mejor futbolista del Barça fiche por el Madrid y siga manteniendo su buen nombre prácticamente inmaculado. En Madrid, igual que en Barcelona, Samitier jugó con Zamora, ambos grandes amigos, ambos grandes estrellas. Los dos héroes deportivos de la época jugaron muchos partidos juntos tanto dentro como fuera del terreno de juego; ambos ganaron la medalla de plata en Amberes y ambos ganaron el corazón de millones de españoles. Igual que lo hizo otro portero, posterior a Zamora, al que apodaron el gato y a quien Samitier descubrió una cálida tarde de primavera realizando milagros bajo palos sobre la arena del barrio de Gracia; se llamaba Antoni Ramallets y fue el primer gran aporte de Samitier como secretario técnico del Barcelona. Puesto en el que se desempeñó durante diez y desde el que divisó, antes que nadie, las facultades de un argentino de pelo rubio tan rápido y tan certero que todos le llamaban "La Saeta". Di Stéfano, "La Saeta", y Samitier, terminaron fichando por el Real Madrid y el Barcelona perdió tres décadas en el camino a la búsqueda de su identidad.

Pero la segunda aventura de Samitier en el Madrid apenas duró un par de años, lo que tardó en discutir con Santiago Bernabéu a cuenta de ese jugador Húngaro pasado de kilos que el presidente blanco se había empeñado en fichar. Samitier fue claro; "Presidente, o Puskas o yo". Y la historia nos ha dejado claro en más de una ocasión cual fue la opción elegida por el presidente. Atrás quedaron años de un personaje inmenso, un tipo que acaparó fama, gloria y fortuna, el hombre al que sus remates imposibles apodaron como "El hombre langosta" y el hombre al que sus regates imparables apodaron como "El mago"; una institución, un mito, el hombre por el que cualquier barcelonista hubiese estado dispuesto a entregar sus ahorros. El hombre que huyó de España una vez hubo estallado la Guerra Civil y buscó en Francia a su amigo Ricardo Zamora para volver a encontrar un lugar donde vestirse de corto una vez más. Fue en su retiro, jugando en Niza, cuando Samitier supo que, aunque le pesasen las botas, él podia aportarle algo más al fútbol.

Y le aportó historia, tanta que es el único hombre de fútbol, junto a Gamper y Zamora, que tiene una calle a su nombre en Barcelona. Y es que allí se le perdonó todo; sus desavenencias con el club, sus deslices con el Madrid y sus excentricidades. Por ello, cuando regresó a Barcelona después de su segunda aventura en Madrid fue recibido, una vez más, con los brazos abiertos, como se recibe al hijo pródigo que ha escrito las mejores páginas del club; páginas como aquellas cinco copas de España, como aquella liga del veintinueve, como las doce copas de campeón de Cataluña. Y aunque en su único año como futbolista en la capital fue capaz de ganar el doblete liga y copa, todo dio igual en Barcelona, puede que aquella fuese otra época en la que la rivalidad no iba más allá de lo deportivo o puede que sus gestas fuesen para siempre inolvidables, pero el caso es que el nombre de José Samitier irá para siempre ligado a la historia de oro del Fútbol Club Barcelona.

Historia que comenzó en 1919 cuando el Barcelona regaló un traje con chaleco y un reloj con esfera luminosa al presidente del Internacional de Sans a cambio de un juvenil que jugaba como un maestro. E historia que terminó en 1972 cuando su corazón se frenó en seco y decidió que era hora de decirle adiós a la vida. Con su muerte nació el mito y florecieron los recuerdos; Barcelona, Amberes, Madrid; oro, plata, gloria; Zamora, Di Stéfano, Puskas; futbolista, entrenador, directivo; medio, delantero, interior izquierda y, por encima de todo, un futbolista impresionante, el primero en obligar al Barcelona a cambiar de estadio porque la gente se moría por verle.

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