martes, 5 de septiembre de 2017

Entre dudas y certezas

Silencio. El alma en pie para aplaudir al genio, la garganta seca para buscar un nuevo trago de realidad, la palabra escondida en el pasado y la rectificación que, por más presurosa que llegue, no deja de ensuciar una verdad que, por culpa del talento, terminó convirtiéndose en mentira. Dijimos, algunos, que Isco no era el tipo peculiar que merecía titulares, que gustaba de la galería, del efectivismo por encima del efectismo y de la condescendencia por encima de la tributación física. Pero resulta que el chico escondía otras seis vidas, que resucitó de entre los incomprendidos y que se destapó como un artista de festival. Más allá de la sospecha se encontraba un jugador de verdad, más allá del presente se vislumbra un futuro cargado de highlights.

Inquietud. Al aficionado del Barça le puede el desasosiego, se le infecta el alma ante la duda, se le
contrae la mirada, sueña con lo que ya no es. Vive arropado en la nostalgia y se niega a creer que quien fue adalid del fútbol planetario se vaya condenando, poco a poco, a convertirse en comparsa de su mayor enemigo. Lo peor, más allá de la incertidumbre, es que aún queda cera y aún hay una llama resplandeciendo sobre el umbral de la tristeza. A Bartomeu le comen las verdades y a Robert le come la inoperancia. Han fichado poco y mal y tan solo se decidieron a dar palos de ciego cuando se vieron con la soga anudada en el cuello. Aún al borde del abismo, tienen una esperanza iluminando las sombras como el resuello encontrado al final de una carrera; el clavo ardiendo, la punta del iceberg, es ese fenómeno interplanetario llamado Lío Messi y que ha convertido en viva ilusión los pocos sueños que aún perviven en el ideario del colectivo culé.


Mentira. Así habría de catalogarse el sinfín de interpretaciones que, como consecuencia de la maniobra contractual que efectuó el año pasado Simeone, perpetraron sobre nuestros oídos los dueños de la palabra mediática. Hablaron de traición, de maniqueísmo, de desenlace dramático y de una estacada donde ya nos veíamos cada uno de los aficionados del Atlético. Pero más allá de sus palabras está la palabra de un tipo que no ha empeñado ningún verbo desde que es capitán de la nave rojiblanca. Se ha permitido renegociar su contrato porque él fue quien renegoció todas nuestras ilusiones. En un mundo hiperglobalizado e hipersubvencionado, en la época del fair play, el negocio y los petrodólares, el tipo del traje negro se ha declarado fiel a su causa y nosotros, que no sabemos hacia dónde vamos pero sí sabemos de dónde venimos, nos hemos empeñado en quererle porque, más allá de los valores, de los resultados y de los cánticos a garganta abierta, sabemos que sin él no existiría ninguno de nuestros sueños.

España. Esa roja que nos perdía en debates absurdos, que nos enfrentaba en barras de bar, en
vertederos de papel, en descampados de piedra y arena, nos ha vuelto a unir, más allá de los entredichos, para hacernos saber, una vez más, que sin talento no hay gloria, que sin sentido común no hay resultados y que sin centrocampistas no hay fútbol. Las vicisitudes, esas que terminan colocando las realidades por encima de las aspiraciones, pueden convertirse en el eje de la justicia y hacer que los sueños se despeñen en un acantilado ruso, pero más allá de las verdades, de las realidades y de las aspiraciones, están las percepciones. Está la situación y está, por encima de todo, el balón. Y el balón dice que quiere estar en los pies de Iniesta, que quiere circular entre Isco y Asensio, que sigue enamorado de Silva y que no encuentra mejor cerrojo que el estilo clásico de Busquets. El tiempo colocará un podio y los titulares se encargarán de ensoñar o de jugar al oportunista barato, pero más allá del tiempo, y más allá de Alemania y Brasil, no encontramos una mayor favorita al éxito que la roja de nuestros desvelos.

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