martes, 10 de abril de 2018

Balones de oro: Denis Law

Los tipos listos siempre duran más en el recuerdo. Porque los tipos listos conocen la situación,
analizan el problema y encuentran la solución. Durante los años que sucedieron al peor desastre, el Manchester United encontró a un tipo aplicado, a un tipo hábil y a un tipo listo. Les canonizaron en una leyenda que aún perdura. Les entronizaron en un reino que aún supura el vaho de las noches de invierno en las viejas copas de Europa.

Denis Law jugó en el Manchester United durante once años y ganó cuatro títulos. Pero fue tal su envergadura que aún hoy es reconocido como uno de los pilares de la historia del club más laureado de las islas. Dos ligas, una FA Cup y una Copa de Europa después, el Balón de Oro de 1965 dijo adiós dejando un reguero de goles y buen fútbol.

La Santísima Trinidad formada por Charlton, Best y Law dibujó un circo de estrellas en cada minuto de espectáculo. Era fútbol vertical y talentoso. En una época de piernas fuertes, dientes rotos y caracteres corajudos, solamente los más listos salían ilesos de los encontronazos. Law sujetaba las mangas de su camiseta y corría por todo el campo en busca del espacio. Cuando lo encontraba, el balón siempre estaba en posición certera para el último toque.

Resulta fácil relacionar sus inicios y su final con un cierto tipo de desastre. Con las cincuenta y cinco mil libras que el Huddersfield Town cobró por su traspaso, el club adquirió cuatro nuevos focos para sus partidos de tarde invernal. No duraron mucho. Apenas unas semanas después, con Law formando ya parte del plantel del Manchester City, una terrible tormenta se llevó por delante los cuatro focos y el Hudderfield se vio de repente sin la luz artificial que necesitaba su estadio y sin la luz natural que necesitaba su fútbol.

Pero un desastre peor para el alma del futbolista ocurrió una templada tarde primavera de 1974. Law, con corazón de gigante y alma de exfutbolista, encontró un balón perdido en el borde del área chica y, como queriendo quitarse de en medio, taconeó espíricamente hacia atrás. La pelota entró, el Manchester City, donde había regresado para expiar pecados, ganó el partido y el peor pecado quedó, para siempre, pendiente de expiar. Ese gol tan inusual, tan casi accidental, mandaba al infierno de la segunda división a su querido Manchester United.

Tras aquel dolor no quiso sentirse nunca más futbolista. Jugó un partido más, casi por obligación que por sentimiento, más por deber que por placer, en el mundial de Alemania y pocas semanas después colgó las botas. Se lo debía a su país. Escocia le tenía en un pedestal desde que aquel quince de abril de 1967 le había anotado el definitivo tres a dos a Inglaterra en aquel vetusto torneo anual en el que dirimía la supremacía de las islas.

Allí, en su oscura Escocia natal, el niño Law había aprendido a jugar al fútbol y había marcado sus primeros goles calzando unas botas viejas que le había regalado un vecino. Le venían grandes y apenas podía saltar, pero salía a jugar con la ilusión de un principiante y el hambre de un ganador. En su mejor temporada, años más tarde, anotó cuarenta y seis goles para el Manchester United y, mientras anudaba sus nuevas y pulidas botas de último modelo, echaba la vista atrás y recordaba aquellas mañanas en el prado mientras golpeaba una vieja pelota de trapo y los pies terminaban cocidos por la humedad.

Sus inicios fueron tan precipitados como los sueños de juventud. Debutó siendo un niño en las filas del Hudderfield Town y apenas cuatro años después ya formaba parte de la majestuosa plantilla del Manchester City. No duró mucho como sky blue y tan sólo un año después estaba jugando en Itala intentando anotar goles con la camiseta del Torino. No le fue bien. No se adaptó al clima, ni a las costumbres y, sobre todo, a un fútbol donde guardar la ropa importaba mucho más que nadar. Apenas un año después, en el cénit de su progresión, volvía a Manchester para formar parte del mejor equipo de Europa. Un United que, de la mano del legendario Busby, se había rearmado y amenazaba con conquistar Europa por la vía del vértigo.

Sus mejores años coincidieron con sus mejores logros individuales. En 1965 anotó cuarenta y seis goles y aquella cifra, estratosférica para la época, le otorgó su codiciado Balón de Oro. Poco después, en un partido amistoso contra la incipiente Polonia, una mala entrada le mandó al quirófano. De allí salió un futbolista igual de listo, quizá más intuitivo, pero mucho menos voraz, menos veloz, menos potente.

El niño, hijo pequeño de una familia de pescadores, inició su fortuna con apenas dieciséis años. Con esa edad se convirtió en el jugdor más joven en debutar con el Huddersfield. Alguien se había enamorado de él viéndole jugar en su Escocia natal. Bill Shankly, que había fichado por el Liverpool después de ejerecer de consejero en Huddersfield, recomendó a los reds el fichaje del joven Law. Pero aquellas cincuenta y cinco mil libras parecían una cifra escandalosa. "Se arrepentirán", vaticinó Shankly. Y se arrepintieron. Las cincuenta y cinco mil libras que terminó pagando el Manchester City se duplicaron un año después cuando el Torino puso cifra al tope de los récords. Ciento diez mil libras que el Torino puso sobre la mesa y que supusieron un antes y un después en la historia de los traspasos en el fútbol continental.

Llegó a un United en plena reconstrucción y cuatro años después ya era campeón de Europa. Fue el éxtasis de un equipo que terminó muriendo de éxito y de vejez. Su mejor temporada en la gran competición europea fue la siguiente, sin sentir el lastre de las lesiones que tanto le atormentaban, cuando anotó nueve goles antes de caer en semifinales ante el Milan de Nereo Rocco.

Y es que el gol formaba parte de su forma de ser. Aún hoy, con sus treinta goles, sigue siendo, junto a Kenny Dalglish, el máximo goleador en la historia de la selección escocesa. Y es que los mitos, al final, sea por los números, o sea por el recuerdo, siempre terminan yendo de la mano.

Se apagó la estrella del niño que prefirió el fútbol frente al rugby a pesar de la oposición de su padre. Del joven que soñó mil goles y cumplió cien sueños. Del hombre que probó fortuna y regresó para ser más fuerte. Del tipo que se retiró entre lágrimas después de mandar al descenso al equipo de su vida. Del futbolista que consagró un país convirtiéndose en el único jugador de su historia en conseguir el preciado Balón de Oro.

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