jueves, 26 de abril de 2018

El desquite

Hay carreras que están marcadas por el éxito y otras que, sencillamente, llevan impresas el halo de la leyenda. En "El color del dinero", el arrogante Vincent Lauria es un extraordinario jugador de billar que vive, durante toda la historia, acompañado de la sombra de su mentor; el gran Eddie Felson. Ni cuando en un hipotético duelo final es capaz de sacudirse la imagen de su maestro, es cuando lo comprende todo. Uno puede ser el mejor, pero no todos pueden ser una leyenda.

Andrés Iniesta es un Eddie Felson con alma de niño rebelde. Educado, silencioso y servicial, hubiese parecido el suplente perfecto para un entrenador sin deseo por la polémica. Pero en el fondo, todo rebelde, aunque silencioso, termina imponiendo la ley de su talento. El chico tímido, flacucho y débil en apariencia, era el futbolista más completo del mundo.

Se habla mucho de las capacidades ofensivas de Iniesta. Se habla mucho de su mágica conducción, de su capacidad para romper líneas, de esa intuición de genio que le permite dejar a los delanteros mano a mano con la gloria, pero Iniesta ha sido mucho más que una simple dinamo. Defensivamente, puesto que su inteligencia iba un paso por delante del rival, ha sido un coloso capaz de robar la pelota por intución antes que por garra. Casi sin esfuerzo, arrebañaba la pelota al contrario y era el primer peón en iniciar el contragolpe.

Los errores, como los aciertos, dependen en demasía de nuestras propias decisiones. No podemos sentarnos a esperar decisiones ajenas porque en ellas solamente se visten los designios de solemnidad. Dijo el director de France Football que sentía en el alma no haberle podido otorgar nunca el Balón de Oro. En el desquite ajeno reside la grandeza propia. Iniesta, como Eddie Felson, no necesitó grandes premios para reconocer sus grandes victorias. Algunos sólo levantan copas. Otros, sin embargo, se convierten en leyenda.

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