miércoles, 18 de abril de 2018

El hábitat


El ser humano sobrevive en su hábitat gracias a la intuición y la inteligencia. El talento, además, es una especie de regalo inherente a la vida que cada uno tenemos adscrito de alguna forma. A medida que van pasando los años aprendemos a ocultar nuestros defectos porque adquirimos conocimiento. Llamamos perro viejo a aquel tipo que sabe adscribirse al éxito aun cuando los recursos físicos no son lo suficientemente proclives para ello. Sin embargo, utilizan de tal forma el ánimo y el conocimiento que son capaces de situarse en el primer lugar de la fila aunque todos les sigan esperando en la parte de atrás.

Tiago Mendes jugaba, a sus treinta y tantos años, como un niño en el patio de un colegio. Era el abusón del recreo que aglutinaba todas las pelotas; iba al suelo, a la banda, al área propia e incluso en las inmediaciones de la contraria y, como en una suerte de incisiva casualidad, siempre conseguía que el balón terminase en sus pies. Y cuando lo tenía no se complicaba. Tocaba, tocaba y tocaba. El pase sencillo que, en muchas ocasiones, es el más complicado de dar.

Comentó Simeone, en una de sus asistencias públicas, que lo ideal sería jugar con dos Tiagos, pero que no habría dinero para pagarlos. En el elogio se esconde la verdadera necesidad. Simeone necesita un Tiago y por ello sigue buscando en el armario del recuerdo un abrigo desgastado que hace tiempo perdió en plena noche. Tiago respondió, mientras pudo, demostrando que el verdadero oficio se consigue con la edad y que se puede superar la treintena y seguir aprendiendo a jugar al fútbol. Y, al mismo tiempo, enseñando a quienes juegan a su alrededor. Les toca a los sucesores aplicar todo lo que han aprendido. Lástima que, hasta el momento, no hayan terminado de hacerlo.

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