jueves, 5 de abril de 2018

Guardianes de la desinformación

Durante estos tiempos de viraje intempestivo en lo que a la información deportiva se refiere, los tipos que supuran la pus de su profesión se han escudado en sus fechorías profesionales haciéndonos creer que lo que hacen lo hacen porque el consumidor demanda su producto y que si ellos son los guardianes de la corporación desinformativa no es porque se hayan empeñado en manchar su profesión, que sí, o porque se hayan propuesto ensuciar la objetividad, que también, sino porque se creen pioneros de un modelo que creen tan innovador que no dudan en calificarse como profesionales de la máxima calidad.

Basta darse una vuelta por la parrilla mediática para darse cuenta de que lo que ofrecen, está muy lejos de parecerse a algún tipo de información relevante. Aquellos resúmenes de televisión que esperábamos cada domingo por la noche, o lunes a mediodía, han dado paso a pequeños reportajes donde los gestos cuentan más que los goles y las palabras en voz baja cuentan más que las órdenes deportivas. Donde antes había un detalle del juego; un regate, un centro al área, un cabezazo a la escuadra, ahora hay un detalle estético; un peinado, una sonrisa perfilada, un calzón ajustado. Donde antes había una polémica derivada de algún error arbitral, ahora existen confabulaciones, decretazos y oscurantismo.

Resulta difícil estimar cual fue el momento exacto en el que el periodismo deportivo decidió pegarse un tiro en el pie. Hubo un momento en el que la información pragmática dio paso a la opinión rastrera y de los primeros polvos llegaron los actuales lodos. El primitivo Rondo de Televisión Española, el Marca de Eduardo Inda y, como pioneros del desastre, los periódicos deportivos barcelonistas. Resulta difícil calibrar el daño que estos últimos le han hecho al consumidor futbolero, pero más alarmante resulta ver como siguen aferrándose al victimismo ochentero a pesar de que durante la última década el Barcelona ha dominado el fútbol español con puño de hierro.

No se trata sólo de utilizar el poder de los dos equipos más grandes del fútbol mundial, se trata de una estúpida guerra en la que el victimismo y la burda mentira priman sobre el contraste y el interés. No tratan de ensalzar los valores del equipo que representan, tratan de hacerlo a costa de pisotear la dignidad del equipo rival y, de paso, pisotear su propia dignidad, porque a medida que van aceptando medidas de presión se van convirtiendo en esclavos de sus propios actos infames. Cuando la batalla se convierte en guerra y la guerra alcanza el sentimiento de quienes creen estar obteniendo información y solamente están siendo vilmente intoxicados, es cuando se convierten, como bien les recordó Dani Alves en su día, en una puta basura.

No hace falta generalizar. Aquellos que se hicieron los ofendidos, aquellos que pusieron en duda el ejercicio de su propia dignidad, son aquellos a los que fueron dirigidas las palabras de Alves. Existe un periodismo serio, sensato y apreciable, aunque por culpa de los burócratas mediáticos que manejan la máquina del fango, está en grave peligro de extinción. Por desinterés. Por exclusión. Porque si la gente demandase verdad, decenas de ellos se irían a la puta calle.

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