miércoles, 4 de abril de 2018

Madrid League

El orgullo es el motor que mueve el mundo. Es la gasolina del alma, el precinto que ahoga el éxtasis, el pegamento que unifica el sueño y la realidad. Porque detrás de cada logro, detrás de cada lágrima, detrás de cada gota de sudor, se encuentra un hombre satisfecho de sí mismo. Un tipo que saciado su orgullo y que sabe que la conciencia no le dará tirones de orejas.

Un partido de fútbol se puede ganar de muchas maneras. Por ímpetu, por empuje, por amilanamiento o, simplemente, por excelencia. Lo que está claro es que, para ganar un partido de fútbol, es mucho más sencillo si eres mucho mejor que tu rival. Un equipo que sabe sufrir, aguantar, esperar su momento y amartillar, es un equipo muy bien trabajado. Lo que ayer logró el Madrid, no es sólo una gesta por la cábala, sino que lo es también por la literatura. Uno echará la vista atrás y recordará este partido por uno de los mejores goles de la historia.

La Juventus es un equipo animoso, pero con esquirlas en la soldadura. En algunos tramos quiso ser entusiasta y apretó movido por la esperanza cuando comprobó que el Madrid prefería hacer uso del botín y esperar en busca del zarpazo definitivo. Pero es un equipo al que le falta fútbol. Khedira es un corredor de fondo y Betancur es un tipo que, generalmente, actúa antes de pensar. El equipo vivió, mientras pudo, del fondo físico de sus hombres de banda y las apariciones de Dybala, una vez más, demasiado intermitente.

Ante un equipo con poco fútbol suele imponerse la lógica del talento. Cuando el esfuerzo es equitativo, la calidad se impone por derecho. El Madrid cuenta con el músculo de Casemiro en el centro del campo, pero tiene tipos que la saben tocar y cuenta con dos tipos que manejan los tempos con la habilidad del equilibrista. Con Modric al mando y con la dupla Isco – Benzema dándole la noche al sofocado mediocampo italiano, el Madrid causaba pavor en cada contragolpe. Y decidió el partido en una jugada rápida y sencilla en el concepto, pero maravillosa en la definición. Un balón largo para apagar la presión, una llegada hasta el fondo y un fallido pase de la muerte. Todo ello precedido por un ataque de pánico de Chiellini que, como un cordero asustado, vio llegar al lobo y tomó dos decisiones erróneas. Primero, ceder una pelota atrás ante un Buffon perplejo. Después, perder la marca del mayor depredador del mundo. El remate de tijera fue una expresión de la belleza más contundente. La altura, el golpeo, la precisión, el esplendor. 


Los goles tempraneros suelen despertar el ánimo de quienes lo anotan y el temor de quienes lo reciben. La Juventus jugó condicionado durante todo el partido, pareció quedarse a medio camino entre el querer nadar o el preferir guardar la ropa. Cristiano se convirtió en héroe y Benzema se convirtió en el enlace perfecto entre la caballería y la artillería. Cada desmarque era una carrera contra el destino. Cada aclarado era aprovechado por los hombres de segunda línea para percutir en el área con veneno mortal. Cristiano anotó dos goles, pudo hacer un tercero y Marcelo remató la fiesta en un último contragolpe mortal. Nada se movió en los últimos quince minutos. Ni siquiera la Juventus tuvo el coraje que se le presuponía. Los que aún recordamos las gestas pasadas seguíamos teniendo fe a una avalancha de orgullo. Pero no llegó. El orgullo era madridista, una vez más y el Madrid vivió tranquilo, como en casa. Como el dueño de una competición que empieza a tomar color blanco. La Champions League vuela para quedarse en sus manos predilectas. Quizá deberían cambiarle el nombre y bautizarla como Madrid League. A ver quién le pone el cascabel a este gato.

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