viernes, 25 de mayo de 2018

Balones de oro: Eusebio da Silva

La perla es un material precioso, generado por el nácar de los moluscos y cuyo precio en el mercado aumenta a medida que lo hace su pureza. Encontrar una perla es encontrar un filón de vida; un seguro de progresión, una suerte de visionario. No existen perlas negras, pero si apodaron así a alguien fue porque su descubrimiento había sido el de un valor alto en el mercado, el de un diamante en bruto capturado en los arrecifes del África más oriental. Y si, además de perla, te conocen como pantera, están haciendo una clara reflexión de tus aptitudes físicas; fuerte, corajudo, rápido, letal. Y negro.

Eusebio fue el primer gran negro del fútbol europeo. Jugó cuatro finales de la Copa de Europa y, sobre todo, cuajó un mes sublime en uno de esos escenarios que desgranan a los hombres y a las leyendas; el mundial de fútbol. 

Su historia comienza con una guerra y termina con un paro cardiaco. Ese cañón en su pierna derecha fue el tormento que aseteó la cabeza de los hinchas del sporting durante una década y media. El Sporting, que había llegado a un acuerdo con su club de origen, hubo de ver como el futbolista triunfaba con la camiseta del Benfica. Todo porque no se demostró un contrato previo y, sobre todo, porque el hábil Bela Guttman había sabido ganarse el cariño de su progenitora. Cuando murió, a los setenta y un años, ningún hincha del Sporting se hizo eco de aquella antigua disputa. Todos le rindieron honores, porque todos sabían que se había marchado un mito.

Y es que la historia futbolística de Eusebio no se entiende sin la figura del húngaro Bela Guttman. La leyenda del tipo que desafió al mismo Yashine en Wembley, del mejor futbolista de la historia de la liga portuguesa, del niño humilde que creció entre chabolas, nació una tarde de invierno junto a la playa mozambiqueña. Allí, un apretón de manos y una promesa lo iniciaron todo. Eusebio dejó Lourenço Marqués y aprendió a ser futbolista. Cuando Eusebio se marchó, Portugal sufrió un apagón y, cuando lo hizo Guttman, Benfica no fue capaz de quitarse la estigma de una maldición. Eusebio jugó tres finales europeas más sin Guttman y no ganó ninguna, y es que, al ser despedido, el entrenador húngaro escupió en el suelo y dijo que, sin él, el Benfica jamás volvería a reinar en Europa.

Lo que no pudo conseguir Guttman es acabar con el mito de Eusebio. Tampoco hubiese querido hacerlo porque él fue su gran obra y, para él, siempre fue como un hijo pequeño. El hijo que, siendo ya abuelo, recibió la orden de mérito de FIFA y el hijo que, siendo ya un hombre, dejó la impronta de cuarenta y un goles anotados con la camiseta de Portugal. Nueve de ellos en una Copa del Mundo, en aquel inolvidable campeonato celebrado en Inglaterra y que le puso en los altares.

Y es que Eusebio jamás dejó de golear. No lo hizo cuando empezó en el modesto Maxarquene de Mozambique, ni el Sporting Lourenço Marqués donde deslumbró y, sobre todo, en el poderoso Benfica donde se encumbró. Allí, rememorando los partidos que jugaba con una pelota de trapo, se coronó como campeón de Europa en 1962 produciendo la que sería, hasta entonces, la primera derrota del Real Madrid en una final continental. Fue el inicio de una gran carrera; la que le condujo a ser considerado el mejor jugador portugués del siglo XX, la que le condujo a ser considerado como Patrimonio Nacional por el gobierno portugués, para no ser vendido a los equipos italianos que, una y otra vez, llamaban a su puerta con promesas y millones.

Eusebio, con el alma del niño que nunca dejó de ser, lloró desconsoladamente el día que Inglaterra le apartó de su sueño mundialista. Como lo hizo el día que dejó Mozambique y el día que dejó, en un rincón del vestuario, su última camiseta de Benfica. Dejaba atrás un palmarés envidiable con once ligas, cinco copas y una Copa de Europa y, dejaba, sobre todo, el reconocimiento de los más grandes. El mismo Alfredo Di Stéfano llegó a decir: "para mí, Eusebio siempre será el jugador más grande de todos los tiempos". Palabra de evangelista. Sólo queda decir amén.

También ganó, en su última etapa, la Nacional Soccer League estadounidense y dejó, una vez más, la impronta de un goleador insaciable. El mismo goleador de raza que el viejo Bauer había descubierto en las playas de Mozambique y de cuyo descubrimiento había alertado a su amigo Guttman. "Es un futbolista distinto", le dijo. Y a fe que lo era. Tanto que valió la pena pagar un billete para ir a buscarle y una lluvia de críticas por no llegar a destaparle. Y es que Eusebio, mientras Sporting y Benfica dirimían sus contiendas, permanecía, ajeno a todo, escondido en un lugar del Algarve, aprendiendo a jugar y esperando su oportunidad. "¿Dónde está Eusebio?" se preguntaba la prensa ¿Dónde está el chico por el que los grandes se pegan?, preguntaba toda Portugal.

El chico seguía descalzo, y seguía en una playa, golpeando la pelota, corriendo como un loco, afinando su cuerpo. Rememorando una infancia que le dejó huérfano de padre a los ocho años y en los que hubo de buscarse la vida entre la calle y el fútbol. Y allí estaba su oportunidad. Y no la dejó escapar. Eusebio goleó tanto que se alzó dos veces con la bota de oro que le convertía en el mejor artillero de Europa, y sólo hasta la llegada de Cristiano Ronaldo, no ha podido disfrutar Portugal de un goleador tan implacable. Y es que, como el Cristiano de hoy, Eusebio era pura velocidad, explosividad y gol. Facultades que le catapultaron a ganar el Balón de Oro en 1965. Tenía veintidós años y ya lo había ganado todo.

Con esa educación y timidez que le caracterizaban, se acercó a Coluna en los últimos minutos de la primera parte. El capitán era un veterano de guerra; organizador indeleble y sargento de tropa, técnico, físico y arrollador. El jefe de todo. Eusebio sólo tenía diecinueve años y no llevaba más de un año en el club, pero aquella falta era un momento demasiado goloso como para dejarlo pasar de largo. Tocó en el hombro del capitán, mientras este colocaba el balón y le preguntó "Por favor ¿Me la deja lanzar a mí?". No sabemos qué conmovió más a Coluna, si la educación y la intención. El caso es que Eusebio chutó la falta y el Benfica anotó el tres a dos. Y el impertérrito Real Madrid, se vio obligado a remar de nuevo; un equipo veterando forzado a tomar más aire; a empezar otra vez.

No pudo ser, Benfica ganó de nuevo, con tres goles de Eusebio y el Madrid cayó por vez primera, pese a los tres goles de Puskas. Se iniciaba un nuevo ciclo. Un nuevo ciclo que quedó interrumpido por la maldición de Guttman y por la aparición en Europa de nuevos actores principales; el Milan de Rocco, el Inter de Herrera y el United de Busby. Los tres le ganaron sus siguientes finales, los tres impidieron que el mito fuese un Dios.

Como gran goleador que fue, Cristiano Ronaldo le rindió merecido tributo el día que recibió su tercer balón de oro. Le pudo haber superado en voracidad y premios, pero ni el ni otros lo hubiesen podido hacerlo en humildad y deportividad. Nadie podrá olvidar jamás aquella imagen en la final de la Copa de 1968 cuando se quedó solo ante Alex Stepney y el portero del United le hizo un paradón en el mano a mano. En lugar de lamentar la ocasión perdida, Eusebio se dirigó al portero, le tendió la mano y, con una palmada en el hombro, le felicitó por la intervención. Un gesto imposible a día de hoy. Aquella parada condujo el partido a la prórroga y en la misma, George Best se comió al Benfica.

Fue una de sus últimas grandes apariciones. En 1973 se lesionó gravemente la rodilla por vez primera y, tras dos años de calvario, decidió dejar el Benfica en 1975. Fue el día que empezó a retirarse, el día que empezó a ensayar un adiós al fútbol que terminó de entonar en 1979 tras un corto peregrinaje que le llevó de Canadá a Mexico pasando por los Estados Unidos. Allí coincidió brevemente con Pelé, el jugador al que había admirado y el que le impulsó a ser futbolista de élite. La estrella ante la que debutó, y deslumbró en París, el hombre con el que todos le compararon a lo largo de su carrera.

Cuando murió, por su cortejo fúnebre pasaron más de diez mil personas, pero fueron millones los que supieron de sus gestas. Como los tres goles que anotó en su primera final de la Copa de Europa, los casi setecientos goles anotados en sus veinte años de carrera, las siete botas de plata ganadas en Portugal y aquel debut soñado en liga ante Os Beleneses en el que anotó un gol. Pero sobre todo, nadie olvidará jamás aquel partido de cuartos de final del mundial del sesenta y seis. Aquel día, a los veinte minutos, Corea del Norte, que ya había destrozado a Italia en el grupo, ganaba por tres goles a cero a los veinte minutos. Sin tiempo para lamentarse, Eusebio se levantó, tomó el balón y dominó el partido. Sesenta minutos después, Portugal ganaba por tres a cinco y Eusebio anotaba su cuarto gol. Todo un logro, toda una gesta, todo un mito. Cuando se descubre a alguien así, es fácil proclamar que has encontrado una perla. Una perla negra. Una pantera negra.

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