martes, 29 de mayo de 2018

De entre los muertos

Existen futbolistas tan especiales que necesitan de un ambiente propicio para sentirse capaces de desarrollar su juego. En ellos no sobrevive el instinto salvaje de los competidores insaciables; son tipos de calidad excelsa, que viven del detalle, del momento y que, para tener continuidad, piden a gritos un equipo que le arrope, un tipo que le tire paredes y dos flechas por los costados a quienes regalar caramelos en forma de pase definitivo.

La liviandad se sana con inteligencia, la falta de carácter se compensa con entusiasmo, la indecisión defensiva se perdona siempre y cuando exista un carácter ofensivo de género resolutivo. Durante un par de temporadas los más escépticos, aquellos que sobreponen el músculo a la inventiva y priman el esfuerzo sobre la intuición, rebautizaron a De Bruyne como ese juguete roto en una cuesta abajo irreversible. La mayoría, deseosos de hincar el colmillo en su fracaso, ahondaron en el problema, sin detenerse a sopesar sobre cuál podría ser la solución.

Un equipo a la medida de De Bruyne es un equipo que contragolpee con vértigo, un equipo que junte músculo en el medio y capacidad creativa arriba. Un equipo de laterales verticales y repliegue sensato con la idea primordial de salir disparados hacia arriba buscando el apoyo del tipo que aclare el juego en uno o dos toques. De Bruyne encuentra el espacio como pocos porque piensa rápido y corre sin dejar de mirar el desmarque de sus compañeros. Regatea fácil porque tiene una culebra en la cintura y pone el balón donde quiere porque tiene un guante en el pie. Sin duda, es una de las mejores noticias de esta Premier tan disputada. Los genios, durante un tiempo, son capaces de dormir dentro de su lámpara, pero cuando sabes frotar el metal, saben regresar al mundo de los vivos y, cuando lo hacen, es para hacer realidad nuestros mejores deseos.

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