lunes, 8 de octubre de 2012

La batalla de Florencia

Uruguay no estaba y aquello le daba más oportunidades a los europeos. Uruguay era el mejor equipo del mundo; combinaba técnica con fuerza, velocidad con precisión, sangre con fuego. Pero los uruguayos se sentían ofendidos por el boicot que los europeos le habían hecho a su mundial y por ello decidieron no cruzar el Atlántico y presentarse en Italia para defender su corona. Y tras Uruguay no había mucho favoritismo; se hablaba de Austria, se hablaba de Checoslovaquia y se hablaba de España.

España había jugado contra Italia en los Juegos Olímpicos de Amberes y en los de Amsterdam. En 1920 habían ganado los españoles, obteniendo una furia como calificativo y una medalla de plata como premio. En 1928 habían ganado los italianos y el tiempo había dejado para un mundial de fútbol la revancha definitiva. Eran cuartos de final, se jugaba en Florencia e Italia estaba galardonada de banderas tricolores y enseñas fascistas. Pero España era un gran equipo y en la portería estaba Zamora.

Zamora era el Dios de los tres palos. El hombre que copaba portadas y tertulias, el gato que volaba a las escuadras y sacaba brillo a los postes. Un héroe nacional con jersey de lana que ocupaba el área con autoridad. Pero a Zamora le picaron en aquel partido. Primero le impidieron saltar y vio, impotente, como Italia celebraba el empate a uno. Después le golpearon y le mandaron a la enfermería. Por último, desde la inutlidad que aporta la grada, hubo de ver como a su amigo Nogués le volvían a hacer falta antes del gol definitivo que valía una victoria italiana en el desempate.

Era difícil jugar contra el poder político. Mussolini, que se había encargado personalmente de que Italia organizase aquel torneo, recibía a sus jugadores brazo en alto, como un César, y con un brillo en la mirada que transmitía seguridad. Aquella España estaba en las antípodas; republicana, democrática y soñadora. No duraron mucho los sueños. Tampoco los de los futbolistas, aplastados por las botas de los italianos y acorralados por el árbitro Louis Baert, quien no volvió a pitar un partido internacional y quien fue señalado como símbolo de vergüenza. Tampoco hizo mucho Jules Rimet por cortar las sangrías, no hicieron mucho los poderes fácticos para evitar mirar hacia otro lado. Los españoles perdieron, les acuchillaron el orgullo y regresaron a España como héroes de carne y hueso. Alcalá Zamora les recibió personalmente y les entregó la Orden Civil de la República. Una distinción heróica para una veintena de mártires.

Los golpes llegaban de todos los lados. "Il Duce" estaba en Roma pero la consigna era clara; "ganar de cualquier manera". Y no tenía mal equipo Italia, pero estaba demasiado bien aleccionada como para dejar escapar su oportunidad. "Vencer o morir", les habían dicho. No podían hacer otra cosa. Los españoles, que metidos en harina, no eran fáciles de amedrentar, se volcaron en el ejercicio de la respuesta y no termino siendo aquello un partido de fútbol, sino una batalla campal. Once tipos, siete por España y cuatro por Italia, no pudieron jugar el partido de desempate. Demasiadas heridas abiertas, demasiadas lágrimas encendidas.

El desempate fue igual de cruento e igual de injusto. Italia ganó, Meazza marcó, Mussolini sonrió. Ahí tenía su premio y solamente le quedaban dos peldaños para llegar al final de la escalera. Dos semanas antes había sido meridianamente claro y conciso: "Italia debe ganar el mundial", había dicho. "Haremos lo que se pueda", le contestaron. "No me han entendido", sentenció, "he dicho que Italia debe ganar el mundial". Por lo civil o por lo criminal. Por el talento o por el factor externo. Por miedo o por justicia.

"Inscribid a Monti y a Demaría", fue su primera orden. "Pero, mi duce, no pueden jugar, no llevan tres años con nosotros". "Inscribid a Monti y a Demaría", repitió. Y Monti y Demaría jugaron el mundial. La normativa FIFA impedía jugar con una selección a ningún jugador oriundo que llevase menos de tres años de residencia en el país de acogida. Monti y Demaría llevaban menos de tres años en Italia, pero jugaron. Y jugaron bien, porque eran muy buenos. A Monti lo reclutó Mussolini bajo la táctica de la amenaza sibilina. Con Demaría fueron más concisos, "¿Cuánto quieres por jugar en Italia?". Los argentinos mandaban en Italia y en España mandaban Ciriaco y Quincoces, los defensas del Real Madrid; altos, fuertes y formales. Dos rocas de granito que cumplían la máxima de la época: o el balón o el jugador, pero los dos juntos no pasan. Y España brillaba, por encima de todas, la figura estética de Isidro Lángara, un cazagoles de antología, un rematador sensacional que convertía en oro todo lo que tocaba. Monti y Demaría jugaron el desempate, pero Ciriaco, Quincoces y Lángara no pudieron hacerlo. Demasiado desequilibrio para una misión imposible. España dio la cara, acongojó a Florencia e hizo soñar a una Iberia sumergida en sueños. Pero de nuevo el árbitro se interpuso en los caminos del destino. René Mercet se llamaba este. Tampoco volvió a arbitrar un partido en su vida.

El día treinta y uno de mayo de 1934 se jugó el primer partido. Ahí hubiese acabado la historia si a Lafuente no le hubiesen anulado el gol legal que suponía el dos a uno. Al día siguiente, el uno de junio, se jugó el replay. Y allí acabó todo porque a España le anularon otros tres goles legales. Acabó de mala forma, con unos riendo y otros llorando, con sagre y sudor, con lágrimas de emoción y lágrimas de rabia. La prensa fue clara al día siguiente. "La batalla de Florencia", titularon. Aquello era una guerra para Italia, y el camino estaba plagado de minas. Primero España, furia roja, después Austria, Wunderteam, por último Chescoslováquia, mágicos bohemios. Todos cayeron, ninguno pudo levantarse. Italia fue campeona y Mussolini fue el amo del mundo durante unos días. Meazza, Orsi, Monti, grandes estrellas. Había equipo para ganar, pero la duda correrá siempre paralela a la historia.

3 comentarios:

Francisco José dijo...

VAYA VAYA CON EL RELATO...MUY ESCLARECEDOR DE LO QUE ES ITALIA EN MATERIA DE FUTBOL...

Anónimo dijo...

No es verdad que Louis Baert no volviera a pitar un partido internacional. También pitó el mundial de 1938, entre otras cosas.

Mario dijo...

El futbol es mi gran pasion y por eso disfruto de ir a ver distintos partidos cuando tengo la oportunidad. Como conseguir Vuelos a Fortaleza muy baratos espero pdoer regresar para el mundial y vivir dichos evento