miércoles, 23 de agosto de 2017

Cemento en las botas

El tiempo es el único juez capaz de dictar sentencias de continuidad. Es el único ingrediente capaz de
alterar el producto, el único motivo por el que sentirnos nostálgicos, el camino más corto entre el recuerdo y la memoria. El tiempo es tan cruel que cuando queremos añorar los éxitos nos damos cuenta de que aquellos héroes de carne y hueso ahora se han convertido en señores de cartón piedra que apenas pueden dibujar un regate sobre el pasto.

Al Atleti le han pasado muchas cosas buenas durante los últimos seis años. Llegó Simeone y se recuperó el esfuerzo, la fe y la competitividad. El equipo ascendió hacia arriba y se mantuvo en la nube hasta que los recursos y la mala gestión de sus dirigentes le pusieron un palo entre las ruedas. Resulta difícil crecer si están machacando continuamente con un martillo en la cabeza. Resulta difícil consolidarse si lo máximo a lo que puedes aspirar es a jugar con un ídolo caído y varios tipos que, aunque admirables, ya no saben cómo vaciar sus botas de cemento.

El problema más grande que tiene Simeone es tanto de fe como de agradecimiento. Sigue sumido en el mismo sistema de trabajo con el que alcanzó la gloria y sigue confiando en el mismo bloque que le alzó hasta el cielo. Pero el bloque, debido al tiempo y las filtraciones, se desquebraja, poco a poco, como ese insensato ermitaño que sigue pretendiendo sobrevivir a la soledad con un vaso de agua y un mendrugo de pan.

A Juanfran Torres la espalda se le convierte en un erial; cada carrera hacia detrás es una competición consigo mismo y cada cruce tardío es el estío de quien fue primavera y hoy se va convirtiendo en un otoño sin remisión. A Gabi, por su parte, las jugadas le pasan de largo como lo hace la vida con los contemplativos. Duele verle así, porque él ejemplificó el modelo y él ha dignificado cada uno de nuestros sentimientos. Duele verle perder el norte porque sobre su brújula de acero se asentaban los valores de un equipo que picaba piedra como un coloso. Fernando Torres, por su parte, va camino de convertirse en un ídolo caído por su propia mitificación. No busca, no alcanza, no asusta. Le han ponderado tanto cada gol anotado que aún cree que puede sobrevivir a base de rentas y escudos protectores, pero la realidad es que, con él en el campo, el equipo juega con menos profundidad y menos mordiente, y esos son dos pecados que, generalmente, te condenan al infierno.

Podría, y debería, ser un renovarse o morir si los dos tipos que dictan los designios del club no se hubiesen empeñado en emponzoñar el trabajo, digno e impoluto, de un cuerpo técnico que ha devuelto al equipo al lugar que le corresponde. No se puede fichar y ni siquiera se puede aspirar. No hay un nueve porque vendieron a todos los que funcionaron, no hay un mediocentro porque obviaron el momento en el que Tiago dijo adiós a las armas, no hay un fantasista porque el equipo se ha acomodado en la trinchera y prefiere verlas venir antes que recurrir a la heroica.

Poco a poco, paso a paso, partido a partido, el tiempo va dictando sentencias de continuidad, va alterando el producto y nos va haciendo confundir recuerdo con memoria. Hay mimbres, sigue habiendo sueños y, sobre todo, el futuro sigue estando en manos del principal valedor moral de la hinchada. Lo único que falta es que el tipo que nos devolvió al cielo se decida a cambiar el chip y que el mes de enero, amén de Vitolo, nos regale un nueve competente. Igual así, con juventud, renovación y ganas, el equipo deje de hacer ridículos tan espantosos como el que perpetró el sábado frente al Girona.

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