miércoles, 21 de marzo de 2018

Ayudado por la naturaleza

El camino hacia la gloria, cuanto más épico, se convierte en más legendario. Cuanto más tortuoso, más satisfactorio. Cuanto más trabado, más bonito de contar. El problema es cuando en el relato aparece un momento en el que la diosa fortuna se ha empeñado en echarte una mano. Entonces buscamos los buenos momentos y decidimos enterrar los malos en el baúl de lo que, simplemente, pudo haber sido y no fue.

En la década de los ochenta, el Estrella Roja de Belgrado formó el germen de un equipo que terminaría alcanzado su cénit con la consecución de la Copa de Europa de 1991. Allí estaban los inolvidables Savicevic, Pancev y Prosinecki entre otros. En su camino hacia la coronación, hubieron de vivir enfrentamientos a cara de perro contra los mejores equipos del continente y su mejor carta de presentación la dejaron en una fría noche de noviembre de 1988.

Es importante el momento porque allí nació un mito justo en el momento de estar a punto de perecer. El Milan de Sacchi terminó coronándose en 1989 y 1990 como un equipo campeón, pero más allá de aquello, la huella que dejaron fue la de un equipo revolucionario que cambió, para bien, muchos de los conceptos del fútbol. El Milan que modernizó el fútbol defensivo estuvo a punto de irse al traste el día que visitaron El Pequeño Maracaná de Belgrado para enfrentarse al Estrella Roja.

El equipo yugoslavo, comandado por el genial Stojkovic, había arrancado un valioso empate a uno en el partido de ida disputado en San Siro. La vuelta prometía ser un infierno para los italianos y algo parecido ocurrió durante los cincuenta y ocho minutos de juego disputados. Savicevic anotó un gol, Ancelotti fue expulsado y, cuando todo conducía al desastre, una densa niebla cubrió el campo hasta el punto de convertir el juego en completamente impracticable.

Por una norma aún imperante en el reglamento de la UEFA, se estipuló que, una vez decidida por el árbitro la suspensión del encuentro, este se disputase desde el principio en su totalidad y con el marcador a cero. Es decir, un encuentro nuevo obviando todo lo que hubiese podido ocurrir en el anterior. De esta forma el Milan encontró un resquicio para el milagro. De jugar treinta y dos minutos con diez jugadores y un gol por debajo en el marcador, pasó a disputar un partido de noventa minutos, con empate a cero y de once contra once.

No fue fácil, pero, desde luego, fue mucho más factible de lo que hubiese sido en caso de haberse repetido el encuentro en las circunstancias en las que se suspendió. Savicevic volvió a anotar, pero esta vez Van Basten igualó el encuentro. Se jugó una prórroga y en la tanda de penaltis el Milan se impuso por cuatro goles a dos. Después los italianos eliminaron al Werder Bremen y, posteriormente dejaron una eliminatoria para el recuerdo en la que aplastaron al Real Madrid. La final fue un paseo ante el Steaua y todo el mundo se rindió al poderío del juego posicional del Milan de Sacchi.

Fue el nacimiento de un mito. El mito que pudo morir en Belgrado y que la niebla rescató para la posteridad. Es posible que aquel día la naturaleza quisiera que aquel equipo no cayese en el olvido. El fútbol necesitaba una vuelta de tuerca la tuvo. El fútbol, al fin y al cabo, terminó también pagando su cuenta pendiente con el Estrella Roja.

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