lunes, 8 de mayo de 2017

El pie derecho de Dios

Para jugar bien al fútbol hay que contar con varias e imprescindibles cualidades. A los mejores se les exige a medida que van aportando soluciones sencillas ante problemas complejos. Los buenos de verdad saben pensar y jugar y hay muchos que con algún buen recurso ejecutado a la perfección son capaces de hacerse un hueco en la élite. Un buen pie, una visión periférica y el esfuerzo denodado de quien no se siente inferior al resto fueron recursos más que suficientes para convertir a David Beckham en un estupendo jugador de fútbol. Muchos, con esa tácita memoria que nos convierte a veces en esclavos de nuestras mentiras, quieren recordar a Beckham como el futbolista que servía goles desde la banda y clavaba en las escuadras los lanzamientos de falta, pero realmente el icono inglés del siglo XXI fue mucho más que un tipo con un buen pie. Sabía recorrer el campo de punta a punta ofreciendo esfuerzo y solidaridad. Sabía jugar siempre con el compañero mejor colocado y, sobre todo, sabía encontrar el espacio ideal en las inmediaciones de la portería contraria.

No son pocos los madridistas que conservan en formol, dentro de su memoria, aquella noche en Old Trafford en la que el Real Madrid, después de varios vaivenes, se reencontró consigo mismo en un partido en el que todo lo que tenía que salir bien le salió bien. Pero son pocos los que recuerdan que, regate de tacón de Redondo aparte, el auténtico golazo del partido lo anotó ese tipo de mirada fruncida, sonrisa perfecta y cabeza rapada que regresaba a Preston en cada cruce, levantaba los “oooh” en cada centro y seguía soñando con ser el mejor en cada disparo a portería.


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