martes, 9 de enero de 2018

Víctimas del resultado

El resultado no es, sino el índice oportuno sobre el que se cimientan las bases del discurso. Nada vale
sin el aplomo del resultado; nada es creíble más allá de la verdad porque cuando el pitido final marca la línea de no retorno, son todos los aprendices del descabello los que tiran el estoque y proceden a sangrar a su víctima.

En la última jugada del último partido, Lucas Vázquez tuvo un mano a mano clarísimo contra el portero del Celta. Que a nadie le quepa duda de que, si ese balón hubiese entrado, los profetas del desastre ahora estarían clamando por el clavo ardiendo y vendiendo titulares a costa de una remontada casi imposible. Porque la auténtica veracidad que ellos conocen es la que marca el resultado.

Más allá de los tropiezos y los vaivenes, cabe reseñar que el Madrid se ha convertido, por momentos en un equipo partido en dos mitades desde las cuales cada uno parece haber olvidado su faceta a la hora del repliegue. Si algo distinguió al mejor Madrid de la década fue su voracidad competitiva y, sobre todo, su solidaridad en defensa. Perdida la fe en el compañero, quedan a expensas de lo que pueda aportar la calidad. El juego, en general no es tan desastroso como lo pintan los pregoneros de lo absurdo, pero basta ver al gran rival a cinco partidos de distancia para echarse las manos a la cabeza y retirar la mano de la espalda de Zidane. A estas alturas, tanto él como los suyos deberían saber que las sesiones de baño y masaje solamente se ofrecen cuando las circunstancias son positivas porque en las malas, hasta la rata más débil es capaz de saltar del barco.

Que el valor del resultado ofrece una manta de imperturbabilidad lo demuestra la impresionante racha del Barça más académico de los últimos años. Un equipo con menos dinamismo, menos mecanismos ofensivos y menos gusto por la reverberación pero que, sin embargo, a un ritmo de crucero y timoneados por el mejor jugador del mundo, han sido capaces, no sólo de ponerse en cabeza, sino de desquiciar a la servidumbre del equipo rival. A estas alturas, más allá de las consecuencias, ya casi no importan las causas, porque la clasificación dice que un equipo más compacto está dieciséis puntos por encima de un equipo más dinámico. Pero ahora a ver quién es el guapo que se pone a discutir eso. Todos sabemos, hasta el más nostálgico y más emprendedor de sueños, que más allá del idealismo vive la contundencia. Queremos gustar, claro, pero queremos ganar, por supuesto. Y contra el resultado no existe contraindicación. Otra cosa, mucho más triste, es que contra el resultado haya dejado de existir el análisis.

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