jueves, 3 de mayo de 2018

Aferrarse a los mejores

La duda es el peor enemigo al que puede enfrentarse un equipo de fútbol. Cuando se ve estigmatizado por la disyuntiva es cuando comienza a caer en la precipitación, en la disfunción y en la catástrofe colectiva. Un equipo que duda es un equipo que no conoce hacia dónde va.

Resulta difícil intentar virar el rumbo cuando te has adecuado a unos mecanismos concretos. Cuando las circunstancias obligan a cambiar es cuando se encuentran los verdaderos equipos, aquellos que son capaces de adaptarse a las trampas y vicisitudes de la competición.

El Barça se ha acostumbrado tanto a Messi que resultaba imperceptible una alineación sin él. El efecto que produce Messi en cada partido se mide por partida doble; por un lado, el grado de confianza que insufla a sus propios compañeros y por otro lado el poder de intimidación que tiene sobre el equipo rival. Sin Messi en el campo el Barça es otro Barça porque sus compañeros saben que no contarán con la piedra filosofal y porque los rivales saben que, en principio, se han librado de un par de potenciales goles en contra.

El caso del Atlético es mucho más esquemático. La marcha de Diego Costa supuso para el equipo como un torpedo en la línea de flotación de un submarino. El brasileño era un jugador sin apenas impacto en el juego de elaboración, pero el equipo se acostumbró tanto a sus mecanismos en ataque que se encasilló en un estilo que, mientras le fue bien, fue alabado más por mérito que por belleza. Desde que se marchó Costa el equipo no encontró un patrón porque no encontró un delantero de sus características. La solución más efectiva para su trauma pasó por un cambio de estilo. Ello pasaría por un cambio de sistema y un cambio en la forma de jugar. El problema es que el equipo se diseñó muy bien en la parte defensiva y medianamente bien en la ofensiva, pero muy mal en la parte central. El equipo que jugaba a robar y enviar la pelota al solucionador dejó de encontrar el robo y la solución. Sus delanteros, en especial Griezmann, reclamaba más protagonismo, pero el único caudillo en el equipo, Tiago, apenas aguantaba una hora y era obligatoria su dosificación. Con Gabi en cuesta abajo y Koke en pleno debate sobre su transformación, la plantilla miró hacia atrás y no encontró el eslabón que tenía, antaño, en Arda Turan.

Ambos equipos, calificados como favoritos a principio de temporada, debieron adaptar su mecanismo a las circunstancias y despejar sus dudas ante la adversidad. Uno por obligación económica y el otro por obligación moral. La expectativa fue tan alta que resultó imposible no tener en cuenta la ilusión colectiva. Y en su búsqueda del grial hubieron de enfrentarse un Real Madrid que, aparte de ser favorito a todo fue encontrando, poco a poco, el estilo y los conceptos que hubieron de situarle en lo más alto de la cima. Si le han ganado batallas ha sido más por la constancia que por la brillantez. El Barça, que aún deslumbra en ratos de apoteosis, se ha convertido en un equipo más pragmático que secular y el Atlético, que sigue brillando mientras compite, se ha reencontrado con su particular piedra filosofal. La diferencia es la connotación y en el brillo surge la certeza. El Atlético puede dar miedo con Costa pero no sabe ganar si no empuja. Al Barça, sin embargo, le sigue bastando con quince detalles de su mejor jugador para postularse como único favorito al título. Más allá de los sueños viven las realidades. Para ser el mejor, nada más resolutivo que aferrarse a los mejores.

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