viernes, 16 de marzo de 2018

El personaje sobre la persona



En fútbol, el ruido ha tomado una importancia tan relevante que, en ocasiones, cuesta creer que no
tenga más relevancia que los goles. La mediatización de lo banal nos ha convertido en consumidores de detalles ignominiosos, burdas representaciones de un espectáculo que, a menudo, representan los artistas fuera del escenario.

A consecuencia de este periodismo de papel cuché, nos hemos acostumbrado a situar al personaje por encima de la persona y a esta, aún más, por encima del deportista. Sin que nadie se haya parado a explicarnos que ser más o menos ególatra, prepotente o estúpido puede ser perfectamente compatible con ser un competidor ejemplar.

A Cristiano le hemos calificado de tantas maneras que resulta imposible imaginarlo como un tipo normal. Como ninguno de nosotros hemos compartido con él ni un sólo segundo de su intimidad, dejaremos los juegos de calificación para los profesionales de la información absurda y nos centraremos en lo que realmente importa a los que nos gusta el fútbol por encima de las lisonjerías.

El papel de Cristiano en el fútbol actual tiene el mérito añadido de saberse competidor contra el mejor futbolista de su generación. En cualquier otra época, quizá, hubiese gobernado el fútbol con puño de acero y no hubiese aceptado comparación alguna. Enfrentarse a Messi, sin embargo, es obligarse a demostrar, a diario, que estar a la altura no es sólo una obligación sino un sacrificio.

La respuesta de Cristiano ante Messi es la de un enfermo de la estadística. Puede ser más o menos criticable su obsesión por ser el jugador que más goles marca, lo que no se puede poner en duda es su capacidad para regenerar su autoconfianza un partido sí y otro también. Cristiano sigue sumando goles y sigue acumulando récords. Se retirará como máximo goleador en la historia del Madrid y raramente veamos a otro tipo con semejante capacidad para romper los moldes de la estadística. Y lo ha conseguido en menos de diez temporadas. Quien quiera centrarse en el peinado, en la celebración o en su querencia a censurar a sus compañeros cuando no le pasan el balón, puede sintonizar programas indignos de la medianoche. Quien quiera seguir reconociendo los méritos del futbolista, puede seguir sintonizando sus partidos y disfrutar de un hambre voraz que no conoce límites.

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