martes, 9 de junio de 2015

Polos opuestos

Cuando Jesús Gil cesó a César Luis Menotti como entrenador del Atlético de Madrid en la primavera de 1988, el primer hombre en el planeta en esbozar una sonrisa de satisfacción fue Carlos Salvador Bilardo. Aquella era la última bala que le quedaba a Menotti para demostrar que podía ser un técnico de valía en la élite. Bilardo, por su parte, masticaba el éxito que le había reportado el mundial ganado casi dos años antes y se situaba en la cúspide de los entrenadores más valorados del planeta.

Fuera de los banquillos, Menotti se convirtió en enemigo íntimo de Bilardo. El daño que no pudo hacerle desde el juego se lo inflingió desde la palabra. Cada columna de análisis era un misil hacia la línea de flotación de un equipo que durante el periodo entre mundiales vivió de la fama y no supo practicar buen fútbol. Pero aquella enemistad ya había nacido años antes. En lugar de respetarse mutuamente como los únicos tipos capaces de llevar a Argentina al triunfo final en el mundial de fútbol, se pasaron la vida tirándose dardos envenenados. Para que alabarse si odiarse era más divertido.

Todo comenzó en la primavera de 1983. Argentina regresaba a España, lugar de escarnio y tumba de Menotti como seleccionador, para enfrentarse al Valladolid en el estadio de Zorrilla. La derrota fue sonora y la imagen lamentable. Aquello fue aprovechado por Menotti para lanzar su primera estocada desde una columna de Gráfico. Bilardo, que tenía una fé irreductible en su método, se guardó la página para automotivarse en los grandes duelos. Ya conocía a Menotti de antes, pero nunca se habían enfrentado públicamente. De hecho, su relación había sido de un respeto cordial.

La primera vez que se vieron las caras fue en 1973. Menotti entrenaba al mejor Huracán de la historia y Bilardo intentaba renacer a un Estudiantes del que ya era una leyenda. Tanto se quisieron el club y él que incluso llegó a postularse como presidente. La competitividad con la que se enfrentaron ambos equipos hacía presagiar una carrera plagada de éxitos para ambos técnicos. Pero el espejismo se fue consumando desde que ambos levantaron la copa de campeón del mundo. De allá hacia aquí sus carreras como técnico de club fueron de fracaso en fracaso.

La frontera que abre el camino en el que ambos técnicos se cruzan se consolidó en el partido ante Brasil en mundial de 1982. Una gran Argentina, con el bloque que había quedado campeón cuatro años atrás, más la incorporación del mágico Maradona, terminó desquicidada ante la fabulosa Brasil dirigida por Telé Santana. Muchos achacaron a Menotti su falta de mano izquierda y, a su regreso a Argentina no tardó en ser destitudo de su cargo con el consiguiente nombramiento de Carlos Salvador Bilardo.

Desde entonce se generó una cultura de debate en torno a dos estilos contrapuestos. El balón como prioridad contra la condición física. Quizá, desde ellos, ningún entrenador como Marcelo Bielsa haya comprendido que, quizá, la clave del éxito está en el híbrido de los dos estilos. Todos al ataque y todos mordiendo; balón, sí, pero cuantas más ida y vuelta mejor.

En un sentido único, ambos entrenadores han sido influyentes en posteriores técnicos con diferente desenlace frente al éxito. De la fuente de Menotti sorbieron entrenadores como Valdano, Cappa o Gallego. Por el lado opuesto, se recuerdan equipos campeones de Ruggieri, Batista o Simeone con un fútbol mucho más físico. Como nadie tiene el secreto del éxito, digamos que al final quien terminó impusiendo su palabra fue aquel que fue triunfando en su momento dado. De esta manera, los estilos, más que un lugar común para el debate, se han convertido en folklore dentro de la propia tradicion futbolística argentina.

Antes de ser seleccionadores, ambos habian cumplido una premisa; habían triunfado a temprana edad como técnicos de club.

Lo de Menotti fue mucho más llamativo más por el contenido que por el cometido. Obsesionado por acaparar la pelota y atacar a través de la posesión, ideó un sistema de presión en cancha ajena y defensa zonal adelantada que bautizó como "achique". Se trataba de asfixiar al rival en campo ajeno, aunque para ello se necesitase un grado de implicación y de nivel técnico superior de los jugadores.

Su compromiso fue el de hacer feliz a la gente. La estética por encima de la ética. "El gol debe ser un pase a la red", llegó a decir. En su borrachera de felicidad llegó a calarse una gorra, peluca y gafas de sol para mezclarse con la gente que celebraba la victoria mundial en el obelisco de Buenos Aires. Si alguien creía reconocerle él se escabullía entre la multitud. No quería vanagloriarse, sólo disfrutar de la felicidad colectiva.

El populismo de Bilardo siempre fue más elocuente. Lo primero que promulgó es que lo importante era ganar. Como si el resto de mortales jugasen siempre a perder. Aunque matizó que no importaba la manera. Aquello revolvió el estómago de los más eruditos. Lo práctico, decían, siempre fue menos bello. Y en esa disputa entre practicidad y belleza se involucró el aficionado llegando todos a la misma conclusión; ganar es lo más importante. Y ganar bello es mucho más reconfortante.

Una de las revoluciones de Menotti se basó en la eliminación del clásico hombre libre. Obligando a sus jugadores a defender en zona y a tirar la linea defensiva muy arriba, necesitaba un portero rápido y con un buen juego de pies. Él sería el auténtico hombre libre. Menotti se decidió por Fillol, un maestro en el mano a mano, pese a que Gatti siempre fue el preferido del pueblo. Un histriónico que gustaba jugar contra los delanteros desafiándoles dentro y fuera del área. Cuando Bilardo tomó las riendas del equipo nacional, Menotti no entendió que no convocase a Gatti. Creyó que, ahora sí, había llegado su hora.

Pero Bilardo gustaba de otro tipo de arquero. Defendiendo mucho más junto y mucho más atrás, el mayor peligro llegaría en los balones aéreos al obligar a sus rivales a colgar balones al área para hacer frente a su muralla. Por ello, Pumpido se consolidó como el campeón del mundo en Argentina y dejó a Gatti sin el tesoro que todos creían que había merecido el mejor portero de su generación.

Si hay un equipo que definió a Menotti de por vida, este fue el Huracán del año setenta y tres. Con Babington, Brindisi y Houseman en sus filas, Huracán campeonó haciendo un fútbol vistoso y aún recordado por los viejos del lugar. Lejos de los cánones establecidos hasta entonces, Huracán compitió acaparando la pelota, asfixiando al rival y culminando jugadas de ensueño. Tanta exigencia requería de demasiada entrega. Aquel equipo, como su recuerdo, se convirtió en irrepetible, aunque efímero.

Con esta concepción del fútbol estaba claro que a Menotti no le iban a convencer las medias tintas. Por ello cuando, con el paso del tiempo, la selección española, arrastrada por el estigma de la furia, coleccionaba fracasos en las grandes citas, pronunció aquella disyuntiva que dividió al país: "España debe decidir si quiere se toro o torero". Se trataba de convencer al país de que el camino de la furia no iba a dar resultados y que el futbolista español estaba más dotado para jugar que para correr. El tiempo, como se vio, terminó por darle la razón.

La disyuntiva que dejó Bilardo en España fue mucho menos poética. Los que recuerdan su paso por el banquillo del Sevilla jamás podrán olvidar aquel famosos "Pisalo, pisalo" con el que animaba al masajista de su equipo a no atender a un futbolista del equipo rival. Así era él. "Al enemigo ni agua". Hay frases que retratan.

Cuando le preguntaron a Bilardo por enésima vez si se sentaría a tomar un café con Menotti él contesto que aquello sería imposible. Realmente nadie sabe donde está el germen, pero el quiste se hizo tan grande que terminó en convirtiéndose en tumor.

Hay quien dice que Bilardo viajó a Barcelona en 1982 para pedir consejo a Menotti de cara a la primera convocatoria que debía hacer como seleccionador argentino. Resultó curioso, pero de todos los nombres que citó Menotti, Bilardo no llamó a ninguno. "No sé para qué me pide consejo si hace lo contrario de lo que le digo", declaró Menotti, molesto. Después vino la derrota en Valladolid, la columna de opinión y una enemistad que ha tomado tintes de épica.

La leyenda de Bilardo venía de lejos. Fiel discípulo de Osvaldo Zubeldia, de quien llegó a decir que cambió el fútbol, era uno de los líderes del Estudiantes de La Plata de los años sesenta que lo ganó todo y llegó a atemorizar a sus rivales. De ellos contaban tantas cosas que muchas llegaron a convertirse en mitos. Entre ellas, afirmaban que salían al campo con agujas para clavarlas en la espalda de los defensores en las jugadas a balón parado. Aquella forma de ganar abrió debates. Los que siguieron la corriente de Menotti nunca disfrutaron de aquello, los que predicaba la justificación de los medios, enaltecieron la figura de Osvaldo Zubeldia.

A uno, Menotti, le apodaron "el flaco" debido a su liviana constitución física; aspecto huesudo, piernas esqueléticas y ojos profundos. Al otro, Bilardo, le apodaron "el narigón" por su prominente apéndice nasal. Este predicó ganar de cualquier manera. Aquel se lamentó de que le hubiesen robado el fútbol a la gente. Porque, cómo explicó en alguna ocasión, la búsqueda de lo bello no debe extenderse sólo al fútbol, sino a la vida.

Por cosas así, a Menotti le acusaron de romántico. El líder de la contrarrevolución, Bilardo, era mucho más práctico en el discurso y más obsesionado en la preparación. Su obsesión, a cambio, conllevaba un desgaste mental extremo. Antes de la final de México, organizó las marcas individuales del equipo y ordenó a Ruggieri seguir de cerca a Rummenigge durante el partido. Rummenigge era la estrella rival y Bilardo no quería un partido cómodo para él. Para tener alerta a Ruggieri le repetía una y otra vez, en los entrenamientos, en los descansos, en las comidas, en los vestuarios... "Ruggieri ¿A quién marcas?" "A Rummenigge", respondía el cabezón. Y así una y otra vez. La noche antes de la final se acercó a la habitación de Ruggieri y golpeó la puerta con fuerza. Era tarde y el defensor se asustó. Con cara de sueño se asomó por la puerta y observó a Bilardo con los dientes apretados. "Ruggieri, ¿A quién marcas?" "A Rummenigge". Cerró la puerta y ambos se fueron a dormir. Uno satisfecho. Él otro, conmocionado. Así era Bilardo.

Al igual que Ruggieri, Bilardo había sido un férreo marcador central. Sus enfrentamientos con Charlton, Rivera o Van Hanegem fueron memorables. Les pegaba, ellos volvían y les volvía a pegar. Aquello le ganó fama de duro y la misma fama ganaron sus equipos cuando comenzó su carrera con entrenador. Una carrera que parecía iba ser de éxito contínuo hasta que llegó a la montaña rusa de la selección argentina.

Si hubo un duro trámite que hubo de pasar Bilardo y del que se libró Menotti es el de la fase de clasificación para el mundial. Al haber sido Argentina el anfitrión del campeonato del setenta y ocho, Menotti había tenido tiempo y paciencia para armar un equipo a su gusto. Bilardo fue más de bandazos; se agarró a Maradona y anduvo haciendo pruebas mientras la agonía se hacía eco de su camino hasta el objetivo. Aquella fase de clasificación masacró su ánimo y casi le deja a las puertas del fracaso. Nadie olvidará el gol de Gareca ante Perú en el último minuto del último partido. Sin aquel gol no hubiese habido leyendas de pierna izquierda. Sin aquel gol, Bilardo sería el primero en la lista del salón de los fracasados.

Pero aquel gol fue el primer eslabón hacia uno de los mundiales más recordados. Y si lo fue es porque Maradona así lo quiso. El mismo Maradona en el que Menotti no había confiado para el mundial patrio y que, cuando lo había hecho, no le hizo sentir sentir protagonista. Todo el mundo tiene un debe y un haber. Y aunque Bilardo hizo caso omiso a las recomendaciones de Menotti en su primera entrevista personal, sí tuvo claro desde el primer día que su equipo iba a crecer en torno a Maradona.

Dicen que cada uno entiende el juego en el banquillo igual que lo entendió en el campo. Ya todos sabemos como fue Bilardo como futbolista, pero ¿Quien fue Menotti? Pues un centrocampista organizador de estilo elegante, no muy veloz, pero con mucho criterio para jugar la pelota. No esperábamos menos.

En la espiral de fama que ganó, agarrada al lema de que el fin justifica los medio, Bilardo se convirtió en uno de los futbolistas más odiados del planeta. Famoso fue su duelo contra George Best en la Copa Intercontinental de 1968. En el partido de ida, le pegó tantas veces como pudo. El irlandés, en lugar de arrugarse, le ofrecía la mano y volvía a encarar. Y Bilardo y Aguirre Suárez volvían a pegar. Y Madero y Medina también. Ya les esperaremos en el partido de vuelta, clamaron los ingleses. Y en el partido de vuelta les pegaron más. Hasta que Best, preso de la frustración, se engachó con Madero y fue expulsado. Misión cumplida. El fin justifica los medios.

Son muchos los que han intentado recrear aquel encuentro en Barcelona entre Menotti y Bilardo cuando este recién había sido nombrado seleccionador. Menotti, con su inseparable cigarro colgando de la comisura de los labios, le aconsejó a su manera: "Debes convocar a Tarantini y diez más. Entre esos diez, sería bueno que estuviesen León y Gatti". "¿Y Trossero?", preguntó el Narigón. "Trossero no tiene nivel para jugar en el seleccionado". Dicho y no hecho. La primera convocatoria de Bilardo no contó con Tarantini, ni con León, ni con Gatti, pero sí contó con Trossero. Después vino la derrota en Valladolid y la rabia de Menotti escupida en una columna de opinión. No han vuelto a mirarse a la cara.

Y eso que les ofrecieron dinero. "Mucho dinero", en palabras de Bilardo. Les ofrecieron una fortuna por sentarles en un plató y poder dar rienda suelta a sus egos delante de toda la Argentina. Pero ambos mantuvieron la coherencia y se negaron al juego del morbo. Se vieron una vez, sí, pero fue en los terrenos de juego; corría el año noventa y seis y Boca se enfrentó a Independiente. Ganó Independiente, cero a uno, pero nadie analizó el resultado como el de dos equipos en problemas. El titular fue que Menotti le había ganado a Bilardo. Un tanto en el haber de los que seguían creyendo que Menotti era el dueño de la piedra filosofal.

Como Gatti nunca había perdonado a Bilardo su ninguneo, no desaprovechó la ocasión de criticarle desde la columna del diario As. Bilardo entrenaba a su querido Estudiantes y Gatti empleó la pluma para decir que los equipos de Bilardo no daban espectáculo. Al siguiente partido, en El Monumental, el narigón apareció en el banquillo con una botella de champagne y dos copas. "Para disfrutar del espectáculo", apuntilló. De nuevo un enemigo desde una columna de opinión. Las palabras le dañaban más que los goles en contra.

Tuvo su penúltimo momento de redención el día que fue nombrado director deportivo de la selección argentina. No había lugar al error y la AFA le entregó al equipo a los héroes del ochenta y seis. Maradona en el banquillo, Bilardo en el despacho. Tanto ego revuelto no podía acabar bien. Al final, el choque de trenes terminó con Bilardo fuera de la selección y con Maradona, como siempre, henchido de poder.

Nada hacía presagiar este enfrentamiento cuando ambos celebraron abrazados la victoria en el mundial de México. Los puristas desmitificaron a Bilardo concediéndole una mínima influencia en el resultado. Para él fue fácil, opinan, solamente tuvo que armar un equipo defensivo y dejar que Maradona hiciese el resto. Si tan decisivo era Diego ¿Por qué Menotti no lo citó para el mundial del setenta y ocho? Bilardo intenta defenderse y dice que si Menotti ganó aquel mundial quizá fue porque tuvo la fortuna de jugarlo en casa.

Sea como fuere, ambos entrenadores son historia viva de fútbol argentino. Y lo son por una razón exclusiva: son los únicos capaces de hacer a su país campeón del mundo. Uno con un juego elaborado y otro con un juego directo. Uno conversando con el futbolista y el otro presionándolo hasta la locura. Uno licenciado en Ciencias Químicas y el otro en Ginecología. Se pueden extraer mil diferencias. Son polos opuestos, sí, pero sus victorias dejan claro una cosa y es que, en fútbol, la victoria no es propiedad privada de ningún estilo en particular.

Resulta curioso que finalmente Maradona terminase teniendo mejor opinión de Menotti que de Bilardo. Al problema que rompió relaciones y que terminó con el narigón fuera de la selección, se le suma el grato recuerdo que el pelusa mantiene del mundial juvenil disputado en Japón en 1979. Dirigidos por el flaco Menotti, un puñado de jóvenes argentinos hicieron el mejor fútbol de sus carreras y fascinaron al mundo en dos semanas de fantasía. Allí descubrió el mundo a Maradona. Allí nació la leyenda de un tipo al que un día llamaron Dios.

El milagro de Bilardo, aparte del mundial de México, se consumó en Colombia. Si es un mito en Estudiantes, no podemos decir lo contrario de su relación con la gente de Deportivo Cali. En 1982, meses antes de ser nombrado seleccionador de la albiceleste, Bilardo condujo al equipo a la primera final de su historia en la Copa Libertadores. Todo un hito.

Cuando la Argentina de Bilardo conquistó el campeonato del mundo de 1986, a Menotti le hicieron la misma pregunta que ya le habían formulado en el setenta y ocho, sólo que en esta ocasión con un sentido inverso motivado por el como "¿Es este el nuevo fútbol?" "No existe un nuevo o un viejo fútbol. Solamente existe el fútbol". Dos mundiales ganados con un estilo diferente. Eso es lo que quería decir. El fútbol es tan grande que no admite conceptos ganadores y sí una pluralidad de estilos.

Para uno, lo importante era atacar. Para el otro, lo importante era la seguridad defensiva. Nunca se pusieron de acuerdo. Bilardo tenía muy claro lo que era jugar bien, para él era ganar. Menotti, más soñador que efectista, sorprendió al mundo cuando declaró que "Estudiantes del ochenta y uno jugaba bien". Resultaba curiosa la afirmación, no tanto por la verdad del contenido, sino porque el míster de aquel equipo era Carlos Salvador Bilardo. Lo que afirma Menotti con aquello es que apreciaba el buen fútbol más allá de las enemistades.

Si hubieron dos discípulos que intentaron aplicar los preceptos de Menotti hasta la saciedad, estos fueron Jorge Valdano y Ángel Cappa. El primero había mamado los conceptos del flaco desde sus primeras convocatorias con la selección argentina y pese a que, posteriormente, terminaría siendo campeón del mundo a las órdenes de Bilardo, nunca entendió el fútbol como un hecho conceptual en el que el "qué" valía más que el "cómo". El segundo, Cappa, defensor aguerrido que hizo carrera en Olimpo, ya había acompañado a Menotti en su aventura en Barcelona. Cuando ambos se unieron, fue para hacer del Real Madrid campeón de liga y si por algo se recuerda aquel equipo es porque jugaba muy bien al fútbol.

La selección que midió a ambos entrenadores fue la Italia campeona del mundo del ochenta y dos. Antes de aquello, lo que sería el germen de una gran selección, se enfrentó a la Argentina de Menotti en el mundial patrio consiguiéndola vencer por un gol a cero, victoria que repetirían cuatro años más tarde en su camino hacia el campeonato mundial. A Bilardo, sin embargo, no se le atragantó la selección italiana y, a pesar de empatar en las dos ocasiones que enfrentaron, aquellos resultados le fueron válidos para avanzar en su camino hacia las dos finales consecutivas. Los puristas del resultado achacaron a Menotti su ineficacia ante equipos con oficio, algo por lo que ensalzaron a Bilardo; contra el músculo, más músculo.

El momento decisivo que dio paso al odio fue la entrevista concedida a Gráfico en el número del día veinte de julio de 1983. En ella, Menotti mostraba su disconformidad con el juego y con las decisiones de Bilardo. Este, que creía contar con el apoyo de su antecesor, se sintió traicionado. Se cruzaron palabras a través de terceros y jamás volvieron a juntarse para dirimir sus desavenencias cara a cara. El problema, con el tiempo, pasó a enquistarse y la enemistad se convirtió en odio mutuo.

Bilardo no había esperado aquella crítica. Él había viajado a Barcelona para sentirse seleccionador en la piel de su precedesor. Él creía en el trabajo y, para ello, creía en la necesidad de sentir empatía. La primera crítica no la perdono, sucesivamente, a medida que ambos se iban lanzando puyas, Bilardo, ante cualquier acecho de palabra ajena, suspiraba y sonreía por dentro; "El Flaco. Siempre El Flaco". Repetía.

Pero en el fondo le encantaba que hablaran de él. El veintiocho de marzo del noventa, Argentina enfrentaba a Escocia en Glasgow. Los partidos previos habían sido tan malos, que la selección estaba a seis minutos de batir la marca de un seleccionado sin anotar un gol. Bilardo se dirigió a sus chicos y les ordenó: "No se les ocurra marcar un gol antes de los seis minutos porque nos quedamos sin record. Nosotros tenemos que estar en todas las conversaciones, en las buenas y en las malas. Después de los seis minutos hagan lo que quieran".

Si a aquella Argentina le faltaba tanto gol era porque el Narigón se negaba a convocar a Ramón Díaz. El Flaco suspiraba por El Pelado, pero ya no se atrevía a reflexionar ni en voz baja. Toda Argentina quería en el mundial de México al tipo que marcaba goles para el campeón de la liga italiana. No hubo manera. Y Argentina ganó el mundial ¿Más reproches? Pidió Bilardo. Con el pecho enchido y la sonrisa satisfecha.

Para ganar el mundial de Italia, Bilardo recurrió a lo civil y a lo criminal. En un durísimo enfrentamiento contra Brasil, el jugador Branco se acercó al banquillo a beber agua en una pausa. El masajista argentino, en un acto de constricción, ofreció su bidón al futbolista brasileño. Parecía extraña tanta generosidad por parte de Bilardo. Y a fé, que lo era. Tal y como declararon años más tarde, aquel bidón contenía un sonnífero que se utilizó para quebrar la intensidad de los futbolistas brasileños. El partido pasó a la historia por las ocasiones malogradas por Brasil y por una fantástica arrancada de Maradona que terminó en el gol de Caniggia. Dios mediante, nadie sabe que pudo haber pasado si los futbolistas brasileños no hubiesen tomado de aquel bidón.

Una vez más, el fin por delante de los medios.

Para aquella época, Menotti ya había sido destituído del Atlético de Madrid. Las ocasiones se perdían en el limbo mientras Bilardo se consolidaba en la cima. El tiempo, juez y parte en los éxitos y las derrotas, terminó poniendo a cada uno en su lugar. "El fútbol es grande", se defendió Menotti. "Tan grande que evitó que Bilardo se dedicase a la medicina".

No hay comentarios: