miércoles, 24 de enero de 2018

La seducción de lo imposible

Los retos mayúsculos, para los equipos de menor calado, son un arma de filo endeble puesto que, más allá, del orgullo, ponen en juego el factor de la historia y el de la memoria eterna. Los retos mayúsculos motivan por el mero hecho de su poder implícito, de su seducción inherente, de su condición enérgica.

Es duro ser del Espanyol en una ciudad donde un equipo lo acapara prácticamente todo. Yo, que durante mi vida he apoyado el segundo equipo de mi ciudad, puedo llegar a comprender el ninguneo mediático al que está sometido un equipo que sobrevive a base de migajas y de complejos adquiridos por el menosprecio ajeno. Pero, aunque mi visión de la lucha pueda tener una connotación un tanto épica, no es comparable la situación histórica de mi equipo, más acomodado tradicionalmente en la élite de lo que lo ha estado el equipo perico y, aunque sigue tras la estela eterna de un cacique que busca la acapararlo todo, se ha dado el gusto de, durante las últimas temporadas, seguirle el pulso a su vecino aunque en ocasiones haya terminado con el brazo partido.

Así pues, por el placer del desquite y por la oportunidad histórica, el Espanyol se encuentra ante la oportunidad de vengar todos sus agravios. Se le va a hacer largo, porque juega contra un equipo en racha, porque se enfrenta a un estilo de juego preciso y veloz, porque visita un mausoleo que devora víctimas y porque enfrente, que nadie lo olvide, estará el mejor jugador del mundo; ese tipo que cobra víctimas como quien produce barras de pan. Y no hay nada peor para el vasallo que el de enfadar al caballero y a todas sus huestes.

Le queda la bala de la ilusión, la esquirla de la pasión y la mentalización del sufrimiento. Si encaja un gol rápido, la misión puede convertirse en un tormento y la condena en una tortura. Si sabe jugar sus cartas, quien sabe, aunque la mística exija perfección y ni aun con ella está asegurada la recompensa, quizá sepa tocar la flauta y subirse al lomos del dragón. Domesticar su fuego, refrenar su impulso y estrangular su instinto, serían tarea imposible si no existiese esa mínima oportunidad de resarcimiento que otorga el gol postrero de la ida. Las misiones, no por imposibles, dejan de ser mínimamente factibles. Puedo imaginar el sentimiento, el dolor de estómago y la sensación de claustrofobia, hoy, de cualquier seguidor perico. Yo lo he sufrido durante muchos años en mis carnes. Lo que nos hace distintos es que, ni aún en la derrota, somos incapaces de sentir amor por la vida fácil. La épica, por imposible, nos seduce mucho más que la mera victoria.

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