martes, 20 de marzo de 2018

Pies de barro


Una de las grandes mentiras del fútbol es la que dice que cuantos más delanteros dispongas en el
campo, más peligroso eres para el equipo rival. Los mejores equipos que he visto se han vestido en el centro del campo. El Brasil del ochenta y dos, la Francia de los ochenta, el Madrid de la Quinta, el Milan de Sacchi o el Barça post Cruyff han sido excelentes equipos plagados de excelentes centrocampistas. Poner más delanteros te asegura presencia en el área rival, siempre que consigas acechar el área rival. El delantero necesita quien le asista, quien le ponga la pelota franca, quien le saque la pelota desde atrás.

La eliminatoria realizada por el París Saint Germain no hizo sino desmentir esa teoría de los fanáticos de la goleada preconcebida. El PSG, cuando consiguió parecerse a sí mismo, fue cuando jugó a ser un equipo solidario y bien equipado. Sólo hace falta evocar aquel partido de ida frente al Barça antes de que los miedos destruyesen para siempre el proyecto de Émery. La necesidad de imponer el tridente con calzador ha provocado que el equipo se rompa en el primer envite serio de la temporada. El rival, venido a menos por una temporada cargada de vaivenes, no sólo encontró la pelota, sino que también se hizo con los espacios. El resultado final de la eliminatoria dejó a Émery en un lecho de sentencia. Se esperaba una tromba de goles y nadie se paró a discernir que enfrente tenían al mejor equipo del mundo. Cuando Modric y Kroos dirigen, cuando Casemiro barre y cuando Asensio y Lucas se convierten en dos abnegados puñales, Cristiano se convierte en el hombre más feliz de la tierra porque sabe que podrá ejecutar con perfección su trabajo. En su nuevo proyecto, el todopoderoso jeque se verá obligado a dejar de hacer política e intentar que el PSG se parezca, además de una sucursal de Disney, en un verdadero equipo.

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